En el Paraíso
En el paraíso los ratones siguen el
camino a las hormigas. Pero a las hormigas rojas, a las que pican. Una vez una
señora se sentó en el costadito del paraíso y se descalzó. No sólo la picaron
las hormigas rojas, también tuvo que ver, pobre señora, una fila de ratones
diseminándose ahí, en el bordecito del paraíso.
También ahora en el paraíso hay
muchos monos. Hay verdes, rojos y tornasolados. Nunca se habían visto de esos y
menos con colores. El vecino de La manzana dos siempre tiembla cuando
llegan, porque se le comen todas las bananas. Él se levanta y ahí nomás ve uno
violeta, medio magenta (que él dice, es hermoso, seguro) se le sube al banano y le come las bananas.
El pobre viejo se levanta todas las mañanas, y, siempre lo mismo, desde hace
cinco años ya. Por eso la nena que juega siempre en La manzana siete, la que juega con los ratones y les cambia el
camino, dice que nunca le gustaron los monos, por bananeros y porque molestan
al abuelo. Y es doble el problema, como explica Doña Lola, porque entre los
ratones desviados y los monos esos que vinieron váyase a saber de dónde, una
se desorienta, dice ella.
Pero, en el borde del Paraíso, lo
bueno es que uno no siempre ve monos o ratones u hormigas. Es sólo a veces. Por
eso Juan cambia siempre la hora de su reloj, para no llegar a hora, porque si
llegás a hora al bordecito del Paraíso te quedás ahí, eso es así. Y ahí: los
monos tornasolados, los ratones, y las hormigas rojas.
Porque una vez, una señora se sentó
en el costadito, y ahí nomás: picaduras y a andar, para escapar a los ratones
(que siguen el camino de las hormigas rojas).
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