lunes, 3 de septiembre de 2012

Fragmentos de novela, Cecilia Illia, septiembre 2012


Dicen que oficialmente estas tierras fueron descubiertas por Solís. Si bien se reconoce que quizás antes Vespucio y un tal Haro y tal vez algún otro hayan explorado sus peculiares aguas (curioso, puede que se piense que los pobladores del lugar la habitaban sin haberla descubierto como un pinar o una bandada de jilgueros)
También hablan del aciago destino que hizo que ‘don Juan Díaz de’ terminara alimentando  guaraníes (parece que Solís pudo haber descubierto antes de morir alguna otra cosa, como la sorprendente reacción de los explorados. Gente ingrata los del plata.)
Después vino Caboto, Pedro de Mendoza, y tantos otros que continuaron con tan loable tarea.
Explorar nuevos mundos, desafiar temores de antigua data, loable tarea. ¿Expoliar indígenas?, ¿arrasar culturas? Enriquecimiento ilícito en los orígenes, ¿será el veneno que se repite? Retorno del desfalco, del pillaje, de la usurpación, retorno mudo que nos deja enceguecidos.
Entre el dos y el cinco de febrero de 1536, Nuestra Señora del Buen Aire fue fundada a la derecha del Riachuelo, río de sueñera y de barro, cerca del actual Parque Lezama (eso dice la versión oficial). Parece que el canibalismo estuvo presente también en este caso, existen algunas crónicas que de eso hablan  (ciudad loca, nacida en dos tiempos.)
Finalmente Juan de Garay, el 11 de junio de 1580, insistió en poblar la costa del ancho río (ahora la tumba más ancha del mundo) y fundó la llamada Ciudad de la Santísima Trinidad a orillas del puerto de la Santa María de los Buenos Aires. 
Dos invasiones inglesas fracasaron su intento de ocupación (eso dice la versión oficial) Sus héroes siempre miraron a Europa con esa fascinación que aún conservan sus pobladores; ellos son capaces de votar al mismísimo diablo si eso les permite visitar la ciudad luz. Allí transcurren la mayoría de sus sueños.   
Intensas inmigraciones fueron bienvenidas (mientras provinieran de Europa) Intensas inmigraciones fueron resistidas, las del interior, las de los países hermanos (no olvidemos que civilización o barbarie fue uno de sus bárbaros lemas)
La ciudad creció y se perfiló enfrentada al resto del país. El campo o el puerto. Españoles o ingleses. Unitarios o federales. La pelea contra el indio, contra el gaucho matrero. Conservadores o radicales. Peronistas o gorilas (y los enfrentamientos se multiplican; todo grupo cree ser fuerte si tiene con quién enfrentarse, que es como decir: si no sé quién soy, puedo saber quién no soy) Los pueblos sometidos, explotados, vilipendiados pueden hacer retornar tanta violencia silenciada en diferentes manifestaciones: políticas, sociales, domésticas.
Los golpes de estado fueron moneda corriente hasta 1983 en que empezó el proceso democrático más largo de la historia de los últimos cien años (tuvimos que padecer una dictadura brutal; una pesadilla que hace serie con tantas otras matanzas, con tantos otros infiernos). Ese proceso democrático dejó libres a todos los protagonistas de la masacre, los cuales habían extendido sus dominios olvidando la vieja antinomia con Buenos Aires. Hubo campos clandestinos de concentración en la ciudad y en el campo. Algunos muy céntricos, otros en la periferia, algunos en el interior.
Después de la caída de la dictadura militar, los campos de concentración clandestinos fueron desmantelados y algunos de ellos convertidos en museos de la memoria (todos los que llegaron a la luz en boca de los sobrevivientes) ¿Qué quedó en la penumbra? ¿Qué nunca se supo?
Luego de tanta barbarie, los pueblos producen historia, su versión oficial, (y también diversas producciones culturales intentando elaborar socialmente una herida que no cesa de producir diferentes retornos de aquello que no ha tenido localización en la versión oficial).
En 1983 los comités, unidades básicas y locales partidarios, diferentes nominaciones de acuerdo a la filiación política, poblaron los barrios de la ciudad de Buenos Aires, así como su periferia e incluso todo el interior del país (una euforia política de corto alcance, ya que obediencias debidas y corrupciones varias lograron terminar el trabajo de desaliento a la participación ciudadana que venían realizando los militares, los grupos de tareas y demás bestias organizadas) ¿Qué quedó en la penumbra? ¿Qué nunca se supo?
Una ciudad que dicen que ahora cuenta con once millones de habitantes entre la capital y los suburbios; rodeada de pampa húmeda, sembradíos de soja, maíz, algunas vaquitas, a apenas una hora, una hora y media de ruta (algunos dicen la París de América quizás porque las bestias compartieron los métodos implementados por la Legión Extranjera en Argelia) La casa de fin de semana, el country, la quinta, el campo. La Panamericana, el Acceso Oeste, la autopista a La Plata con sus camionetas, coches rural y sus cuatro por cuatro, corriendo porque el tiempo es dinero y el dinero es de la soja,  la timba financiera o negocios turbios que quedan en la penumbra, que nunca se saben.
Una ciudad que vende su obelisco y su tango; su cultura que supo ser cosmopolita, crisol de razas, con la impronta fuerte de los inmigrantes (que liquidó toda otra influencia, o la escondió avergonzada; la historia de sus pobladores indígenas, del mestizaje y los pueblos de las orillas) En verdad deberíamos avergonzarnos porque no contentos con haberlos asesinado, haber expropiado sus tierras y abolido su cultura, continuamos rechazando a sus descendientes quienes retornan del pasado mediante la inmigración de los países vecinos.
Una ciudad que muestra en sus noticieros la misteriosa desaparición de tres jóvenes. Desaparición alrededor de la cual se tejen diversas historias, algunas en verdad alocadas, (aunque ninguna llegó a ser tan loca como la verdadera) Cosa que esperemos no quede en la penumbra, sin nunca saberse.




-¿Y si nos contamos algún cuento? Como en el beso de la mujer araña, el trolo le cuenta películas al otro y así pasan el tiempo y atenúan los dolores.
-El trolo, mirá que sos animal.                                                
-Qué sensible, boludo. Es descriptivo, sin ánimo de ofender. A vos “trolo” te parece humillante, para mí es sólo un detalle. Pensemos qué películas vimos, o cuentos o novelas. Las historias siempre calman.
-El beso de la mujer araña no lo leí.
-Hay una película también ¿Alguien la vio?
Ana, un poco más lejos, tanto como lo permite el tamaño ínfimo del lugar, aunque a quilómetros luz a juzgar por su mirada, juguetea haciendo un rulo con una mecha de su pelo alrededor del índice. Encoje sus hombros como toda respuesta.
-¡Ah! ¡Pará! Es la de los tipos que están en cana. Uno es un militante, ¿no? El otro, el homosexual, ¿está preso por corrupción de menores?
-Me parece que sí. Eso no me acuerdo. El tema es que parece que el trolo sabe lo que quiere, en realidad más o menos sabe; bueno, se supone que busca algo, le teje una tela, lo enreda, lo hace caer.
-¿Pero al final no lo matan?
-Sí, tenés razón, al final lo matan.
-Entonces, ¿quién teje la tela?
-¡Qué sé yo! ¡Será que a veces uno piensa que teje una tela y termina cazado! Mejor busquemos una más simple. Matrix, ¿la vieron?
-Y quién no la vio. Me la sé de memoria. Otra de telas, de bichos cazados.
Ana levanta la mano, parece querer decir que ella no la vio, o quizás levantó la mano por alguna razón que nunca sabrán ya que, por una vez, no la estaban mirando.
-Ah! Ya sé, “Severa vigilancia”, son dos tipos que están en cana, Ojos Verdes y Mauricio…
-Ojos Verdes, lindo nombre.
-Por fin te despertaste, aunque sea con un comentario típico de mujer. En realidad, “Severa Vigilancia” es una obra de teatro, así que no hay una historia para contar. Aunque me acuerdo que había algo de un triángulo, una mujer que estaba afuera…
-¿Y si mejor inventamos historias?- interrumpe Beto que parece no querer saber nada de tríos ni de mujeres-  Ahora mismo se me está ocurriendo una, si vale armarla con pedazos de películas, novelas y cuentos.
-Dale. Si nos aburrimos, te avisamos.
-Yo quiero poder avisar si reconocemos en la historia alguna otra- parece que Ana finalmente decidió volver a este tiempo.
-Un tipo despierta una mañana y descubre que ha cambiado de color. En lugar del tono mate claro acostumbrado encuentra su cuerpo cubierto por completo de una piel azul brillante…
-¡Es una variante atenuada, muy atenuada, de la metamorfosis!- Ana parece entusiasmada. Curioso.
-Pará. Así no vale. Dejame contar. El tipo mira a su alrededor, piensa que quizás alguna luz azul le produce una ilusión óptica, pero no hay nada parecido en el cuarto. Trata de hacer memoria sobre la noche anterior, tal vez se disfrazó de Pitufo o sólo se pintó el cuerpo. Sin embargo, no recuerda que nada de eso haya pasado, él se acostó con color piel común, acaso un poco deprimido, no más que eso. Corre al espejo, investiga, reflexiona, elabora las hipótesis más disparatadas: comió algo azul, se enfermó, alguna rara radiación, las ondas de los celulares y demás electrodomésticos, un castigo divino. En fin, no podía parar de inventar razones y ninguna lo convencía…
-¡Ya sé! Es una reflexión acerca de lo extraño que irrumpe al despertar ¿Por qué íbamos a ser iguales después de pasar toda una noche en el país de los sueños? La continuidad es una ilusión…
-Sos un plomo, Ernesto, ¿me dejás seguir contando mi historia?
-¿Ustedes no se despiertan a la mañana sin saber quiénes son? Quizás tu tipo azul viajó en sueños a una dimensión en que los estados de ánimo se reflejan en la piel y eso se le quedó pegado. ¿Vieron esas imágenes que predicen el clima? Si se pone azul, va a llover.
-Podrías sumar tu teoría a las del tipo azul, Ana. El tema es que, más allá de que buscar razones es un deporte bastante popular, el tipo tenía que continuar su vida, tenía que ir a trabajar y esas cosas, y como era medianamente responsable, se vistió, se compuso tanto como pudo y salió al mundo portando su azul perímetro a quien quisiera verlo.
-Ahora podríamos hacer una pausa para hablar de las dificultades del ser humano para tolerar lo diferente- Ernesto tiene una innegable debilidad por universalizar hasta lo más nimio- El tipo se tiene que enfrentar en primer lugar con el portero, sabemos que es un representante fundamental del statu quo y del control en toda sociedad que se precie de tal.
-¿Qué? ¿Vamos a escribir la historia entre todos?
-Podría ser, lástima que no tenemos papel.
-Nos la aprendemos de memoria.
-Tradición oral, como en los albores de la cultura.
- No es lo mismo. Podríamos memorizar el argumento, pero lo más precioso de un escrito se perdería.
-Lo más precioso de un escrito quizás se pierda y se recree en cada lectura.
-Terminala, Ernesto, ¿es necesario que siempre tengas listo algún aforismo?
-Soy como Sancho, me brotan los refranes; y a vos te brota la envidia, Don Quijote.
-Termínenla, quiero saber qué pasó con el tipo azul.
-Bueno, por lo menos hay alguien curioso. Entonces el tipo sale al mundo y para gusto de nuestro amigo Ernesto se encuentra con el portero que, abrazado a su escobillón…
-¡No! Eso es re degradante. No es necesario hacerlo abrazar un escobillón, después de todo el hombre está trabajando- Ana frunce el ceño, de verdad no le gustó la imagen.
-Con tanta sensibilidad, no hay escritor que aguante.
-Deberías decir contador, todavía no resolvimos el tema del papel.
-Entonces, el portero ve al inquilino del 3 d salir del ascensor con aire apurado y con la piel completamente azul. Se queda mirando, intenta un comentario que el tipo azul evita presuroso. En ese momento abre la puerta de la escalera la vecina del 1 a y el portero ataca, “Vio el del 3 d, usted no me va a creer, pero tiene la piel azul”. La mujer mira a su interlocutor con cara dudosa, como diciendo éste se pasó de copas anoche, pero le contesta “¿Estará enfermo? ¿Será contagioso?”. Un minuto después baja el marido de la susodicha que es informado del extraño suceso por lo que agrega “¿Será una moda nueva? Los jóvenes hoy en día hacen cada cosas, se pinchan por todos lados, se dibujan el cuerpo; en una de ésas ahora también se cambian el color de la piel”.
-Por el color de la piel, algo tan aleatorio, han muerto tantas personas.
-¿Vos querés que haya un Ernesto en el edificio que haga ese comentario? ¿Te parece que hagamos bajar al profesor del 2 b?
-¿Y por qué no puede ser una mujer? Miren que son prejuiciosos.
-Agarrátelas con Beto, yo no dije nada sobre los personajes.
-Está bien, la señora del 2 b es informada del raro suceso y comenta con aire abstraído “El color de la piel ya ha traído bastante sufrimiento entre los seres humanos, es hora de que podamos ver en nuestros semejantes algo más que la superficie”. Sus vecinos la miran azorados, el portero va a buscar desinfectante para rociar tanta locura.
El hombre azul continúa su camino. Algunas personas se dan vuelta al pasar, los niños comentan a sus madres, la mayoría no ve nada.
 -Las mayorías silenciosas algún día tomarán la palabra.
-¿Y qué van a decir, linchemos al azul?
- He aquí un revolucionario sin fe en la lucha de clases.
-La mayoría no es el movimiento obrero, Ernesto. Ése es tu problema, leés tanto que no podés ver que la realidad no es como dicen los libros.
-¿Y la realidad cómo es?, ¿como dicen los diarios, como dicen las encuestas?
-La realidad es este cuadrado y esos dos locos que se alternan para entrar a avisarnos que hay algo afuera, pero que no nos pertenece.
-La realidad es que este cuadrado podría estar flotando en el espacio y no nos enteraríamos.
-La realidad son los ladridos de ese perro que, a veces, logramos atisbar. Los dos locos y el cuadrado son apenas un mal sueño.
-Un sueño sórdido y terrible.
-Un sueño del que urge despertar, aunque al hacerlo descubramos ser, apenas, un insecto o un hombre azul.
 


No me despertó el ruido de las pisadas; supongo que serían sigilosas. Tampoco lo hizo algún grito escapado de una voluntad sorprendida, quizás por un traspié o una serpiente; supongo que estarían prevenidos. Abrí mis ojos de golpe ante los agudos chillidos de un grupo de pájaros de vuelo circular, grandes aves negras que formaban figuras en el cielo sin descanso. No pude reconocer el lugar en el que me había encontrado la noche. Lo que supuse un bosque oscuro y tétrico era, en la mañana,  una hermosa arboleda con piso de arbustos; en ella me sumergí presuroso para opacarme de posibles miradas.
Descubrí una bajada abrupta que me permitiría poner distancia muy rápido del lugar en el que estaba. Intenté calcular su rumbo. Tenía una leve inclinación hacia el noreste, me alejaba del camino del Cuzco hacia donde pensé que se dirigirían los hombres que, hasta ayer, habían viajado conmigo. Fue recién entonces cuando los escuché. Serían cuatro o cinco, el curaca felizmente no estaba con ellos.
-Este lugar parece bueno para pasar la noche. Tiene el cobijo de los árboles y las rocas. Miren si encuentran huellas.
Me alegré de no haber hecho fuego y de haberme dormido entre las rocas. Mientras rogaba no haber dejado algún rastro, pensé por qué me estaban buscando o, mejor dicho, por qué me estaba escondiendo. No pude responderme, aun así me mantuve oculto casi colgado de una rama, a punto de rodar sobre la pendiente. Los pájaros seguían  sobrevolando el lugar, entonces a menor altura; sus gritos punzaban mis oídos pero también desorientaban la búsqueda de los hombres.
-¡José Gabriel Condorcanqui, sabemos que estás por aquí!
-¡José Gabriel Condorcanqui, conocés el destino de los traidores! Tarde o temprano te vamos a encontrar.
Uno de los pájaros se apartó del grupo circular y emprendió el vuelo en dirección a los hombres. El montón se desgranó como un racimo escarchado, se desperdigaron entre voces alarmadas y se les derrumbó la altanería. Daba risa, si no fuera porque yo mismo estaba al borde del derrumbe y en una situación poco cómoda para reír.
El ave repitió varias veces el vuelo amenazante, una conducta muy rara, quizás fuese guiado por Viracocha.
-Ese pájaro está loco, nos toma por una presa.
-Es un mensaje divino, tal vez no quiera que busquemos a José Gabriel.
-¡Déjense de pavadas! Es apenas un pájaro enloquecido por el hambre. Cacémoslo.
-No debemos matar a un ave enviada por los dioses.
-Espantémoslo.
Escuchaba sus voces, tampoco comprendía la extraña actitud del animal. En un momento la rama de la que colgaba ya no resistió y caí rodando por la bajada. Sentía sobre mi cuerpo un dolor impreciso, al caer golpeaba contra rocas y ramas. Tomé un formato circular, como una bola, en un intento por protegerme. La caída continuaba. Seguía escuchando los gritos de los pájaros, ¿estarían siguiéndome? Pensé que no era posible caer tan largamente, quizás era un sueño, uno de esos sueños de los que solía despertar con el corazón al galope y las manos frías. Intenté sacudirme cuando una punta aguda punzó mi cuerpo hacia la mitad de la espalda, no creía que un sueño resistiera semejante dolor sin interrumpirse. Entonces quizás estaba alucinando, habría comido la fruta equivocada o habría sido drogado con alguna bebida sagrada. Tampoco entendía por qué seguía escuchando a los pájaros. Herido por los gritos, herido por los golpes, continuaba deslizándome por la pendiente sin encontrar el fin. Aunque no resulte fácil de concebir, en ese momento sentí que el manto que cubría mis pensamientos se desvaneció, recién entonces podía pensar claro. Los hombres me habían acusado de traidor, por eso me perseguían. Cuando decidí partir solo aquella mañana, que parecía tan remota a pesar de ser la del día anterior, sospeché que intensas luchas se avecinaban. No se trataba sólo de Huascar y Atahualpa, ahora estaban los hombres de la selva y los del trueno invisible que mata. ¿Cómo explicar lo que vi en la oscuridad mientras los hombres dormían?, ¿quién iba a creerme si acusaba al curaca de robar la correspondencia del chasqui? Sin duda recordarían mi fama de contador de historias, tradición familiar del abuelo. No tenía oportunidad. Había visto la mirada desafiante del curaca y había entendido su mensaje. Por eso partí por la mañana temprano, buscaba aclarar mis pensamientos y encontrar una salida.
 Todo esto pensaba, por difícil que resulte creerlo, acompañado por un grupo de pájaros negros y sus alaridos penetrantes, mientras caía interminablemente por la ladera de la montaña.


-Es completamente inverosímil. Nadie podría creer ni por un momento que tres jóvenes sometidos a semejante atrocidad se dediquen a jugar, a inventar historias. Eso es un cuento. ¿Usted tiene idea de cómo impacta en una persona ser encerrada sin redes institucionales, aunque más no sean las de la cárcel? Está claro que no. El desamparo más brutal, la mudez, la locura.
-Mudez. A eso me condena usted. Reconozco no haber atravesado personalmente esa experiencia, pero no olvide que todos nosotros hemos vivido en una sociedad gobernada por esos locos.
-¡Ni punto de comparación! Entiendo que le pedían a menudo los documentos, que el ser parado por la policía era algo terrorífico, que producía alguna disociación el silencio de los medios y de toda la sociedad –casi toda- respecto a la existencia del horror. Incluso puedo entender que no podía acceder a muchos libros, que era peligroso tener ciertos intereses, que no convenía tener inclinaciones solidarias, ni siquiera levemente, ¡ni hablar de curiosidad política! Tal vez no era agradable toparse con un Falcon verde, había que tener cuidado con quién se hablaba, era mejor no saber nada de los otros, ni cómo se llamaban…
-¿No era agradable toparse con un Falcon verde? ¿Me está tomando el pelo? ¿Sabe que no conozco el apellido de mis compañeros de facultad de aquel entonces? Nos habían reprimido hasta el linaje, fíjese qué desatino.
-Todo eso lo recuerdo bastante bien, pero eso no la autoriza a contar una historia tan dolorosa con tal futilidad. ¡Jugar a inventar cuentos!
-Recuerde que los jóvenes no están en un campo de concentración en la época de la dictadura. Es lo que ha quedado de uno de ellos y, sobre todo, lo que ha quedado de sus protagonistas después de treinta años. No sé si no se ha dado cuenta, no tienen aquella furia. Eso cambia bastante las cosas.
-No tienen aquella pasión, querrá decir.
-Como quiera. Por otro lado, los jóvenes jugaban, es cierto, pero tampoco estaban tan contentos.
-¿No estaban contentos? Parecían un grupo de adolescentes en una clase de teatro. ¡Hágame el favor! Dedíquese a otra cosa y deje que del tema hablen personas que tengan algún conocimiento.
-Fíjese, ya le dije que algún conocimiento tengo y no pienso permitir que usted me lo desestime con sus aseveraciones inamovibles. Si tiene algo que decir, dígalo. Escriba su versión y déjeme en paz. Al final usted me manda a callar como los milicos.
-¿Usted conoce los principios de Solomon?
-No. ¿Quién es?
-Era. Un psiquiatra inglés, enunció cuatro principios que, a su vez, recopiló de la experiencia de varios psiquiatras franceses que habían trabajado con soldados en la primera guerra mundial. Soldados que venían del frente enloquecidos por la muerte y la destrucción.
-Disculpe, pero ahora soy yo la que me opongo. Por bárbara que sea una guerra transita en los carriles de la legalidad, está reconocida por la sociedad, no es lo mismo.
-¡Mire que le gusta hablar sin fundamento! ¡Se nota que usted ni se imagina lo que es estar en el campo de batalla! Escuche y aprenda algo. El tal Solomon, como decía, escribió unas consignas acerca de cómo había que trabajar con los soldados traumatizados por la guerra. El primero de esos principios era el de proximidad. Los psiquiatras tenían que trabajar próximos al frente, debían ser sometidos al mismo terror, al mismo peligro que sus pacientes. Si no era así, los soldados no podían hablarles porque no los reconocían como interlocutores, los veían como cómodos doctores que habían desertado del campo de batalla, no les concedía autoridad. ¿Entiende?
-Me hizo acordar a Milena.
-¿La de Kafka?
-Sí. Milena Jesenská. Murió en el campo de concentración de Ravensbrück. Dicen que se cocía una estrella amarilla en su ropa, a pesar de no ser judía. Era de una familia de Praga, de posición social acomodada; los nazis invadieron Checoslovaquia y ya le dije cómo termina la historia.
-¿Usted dice que se hizo encerrar?
-Bueno, tanto como eso no. Era una militante comunista opositora al nazismo. También dicen que en el campo fue una trabajadora incansable si se trataba de ayudar a sus compañeras. Además, Milena en Ravensbrück se hizo muy amiga de Margarete Buber-Neumann y parece que la literatura era muy importante para ellas; como una manera de estar seguras en medio de tanta miseria, un modo de sobrevivir al horror.
-¿Y usted me quiere comparar a dos intelectuales militantes encerradas en un campo de concentración, que trabajan todos los días intentando ayudar a sus compañeros de desgracia, con el jueguito adolescente que salió de su mente distraída?
-Tampoco digo eso. Sólo que a ellas les servía en medio de tanta desgracia sostenerse en la poesía. Que tejer historias podía ser una manera de intentar resistir. Nada más que eso. Pero no se apure a contestar, piénselo un poco.
-¿Sabe qué pienso? Pienso que a usted le falta tiempo. Deje que su historia madure, que se estacione, que adquiera cuerpo.
               -¿Tan mal le pareció? Tres jóvenes intentando escribir una red de palabras que los sostenga de hundirse en la locura…
               -Bueno, no se me ponga tan sensible. Escriba su historia, nomás. Después de todo, ¿qué otra cosa podemos hacer más que intentar entramar de alguna manera el infierno que nos tocó vivir, de más cerca o de más lejos? Sólo le pido que sea más respetuosa, que cuide el tono. Manténgase próxima a la trinchera, mija, pregunte más, busque a quién. Compórtese más permeable, más curiosa.
-La bendición, tatita.
-Vaya nomás.

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