¿POR
QUÉ, NONO?
"Ante las puertas de la ley hay un
guardián".
Juan
leía esa frase escrita en el frente del Palacio de Justicia, trataba de
entender quién era el guardián y por qué la ley estaba guardada cuando debería
estar en uso, en la calle, entre todos nosotros.
Juan
siempre se preguntaba cosas. Todos decían que para sus seis años era muy
inteligente. Él no creía eso, solamente
pensaba que era curioso.
Juan era chiquito, oscuro con ojitos movedizos y
brillantes. De pelo lacio, negro, pinchudo hacia el cielo. Hablaba mucho, pero
también permanecía largos períodos en silencio.
Cuando
no estaba callado, Juan preguntaba tanto que su mamá le repetía una y otra vez
"la curiosidad mató al gato",
frase tonta si las hay.
Mientras
Juan miraba la oración escrita sobre el cemento, se aferraba a la mano callosa
y arrugada de su abuelo.
El
papá estaba adentro de ese edificio que a él le parecía tan grande, sucio y
gris. Alrededor, la gente pasaba apurada, y a veces hasta los empujaban para
correrlos del medio de la vereda.
Juan
seguía preguntando.
-Nono,
¿por qué ayer se pelearon tanto mamá y papá?;
-Nono,
¿por qué gritaban tanto mamá y papá?;
-Nono,
¿por qué vinimos hasta acá?.
Su
abuelo quieto, sin contestarle ni mirarlo. Juan insistía incansablemente.
Finalmente,
agotado y malhumorado, su abuelo le compró un paquete de caramelos Sugus.
-Lo
acepto solamente para que no pienses que soy desagradecido- dijo Juan con su
cara más seria. Su mamá lo había educado bien. El abuelo lo miró fijo sin decir
una palabra. Lo tironeó suavemente del brazo y lo llevó hasta el subte. Fueron
hasta Pacífico en silencio. Después, el tren. Y, con el traqueteo, las
preguntas volvieron
-Nono,
¿por qué papá no viene con nosotros?;
-Nono, ¿en casa está mamá?;
-Nono,
¿esta noche podemos comer ravioles?
El
abuelo seguía en silencio. De a ratos lo miraba con cara inexpresiva.
Llegaron a la casa. Era antigua, de una sola
planta, de color ocre. La ventana del frente estaba rota y los postigos, de
pintura cascada, no cerraban bien. Mientras entraban por el largo pasillo, Juan
volvió a preguntar.
-Nono,
¿por qué ayer mamá se durmió en el suelo sobre toda esa tinta roja?, ¿por qué
no se despertaba?, ¿por qué papá estaba con ese cuchillo tan grande?.
El
abuelo por fin habló.
-Juan, por favor callate y fijate si la
puerta quedó abierta.
-Ahora voy y la cierro, Nono
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