martes, 18 de septiembre de 2012

Nuevos textos de Cecilia Miano, septiembre 2012

1.



Tarde de viernes, seis de la tarde.  
     Malvones y jazmines adornan la esquina más hermosa de la cuadra.
      El sol acopla colores y funde perfumes.
     Los jóvenes disputan la gloria con fútbol callejero.
     María charla en el umbral con Maruca acerca de una receta ancestral de tartas dulces con dulces y frutas. El aire sólo rozó su mejilla. El rojo habla de su ánimo. Pablo la toma del brazo y ella aprieta sus manos, sus uñas marcan su pálida piel. Los pétalos del malvón le llegan de regalo. El tema se diluye rápido. Él sube al auto, en pocos segundos desaparece. Ella mira al infinito con infinito amor, su odio lo reserva a Pablo, todo junto, envasado al vacío para no desperdiciar espacio ni aire, quieto, en estado de puro.
    Rafael cruza distraído, la arena vuela, lo sorprende, cierra los ojos.
    Maruca comenta lo bien que le arregló el traje de baile Lucía, la de la esquina. María ya no la escucha, mezcla manteca con volados, no la sigue.
   El gol se grita con la camiseta embarrada y los botines en alto, el arco levanta la función y vuelve a ser maceta. La alegría y el desánimo se van a la ducha.
    Matilde vuelve del mercado cruza a Rafael, lo saluda con la cabeza.
   No responde. La arena lo molesta.
   Los gritos se nublan como el día.
    El griterío confunde.
    Los brazos se agitan dispuestos a frenar.
    El auto de Pablo anuncia veloz la cercanía de lo fatal.
    Rafael no se dio cuenta.




2.

    El viernes a la tardecita crucé la plaza en dirección a la panadería, sin querer escuché a una mujer decirle a un nene chiquito:
    -¡No te vayas, que viene el hombre de la bolsa!
     La mirada, enroscada en los rosales, se tiñe.
     El negro lo colorea.
     Lo veo pasar en su auto de dos puertas, con su sombrero enterrado hasta las cejas, sus anteojos de pasta, su andar al compás de las ruedas. Solo siempre.
     Una lista  enmarca el recuerdo:
    Sombrero, anteojos, camisa, pantalón, zapatos acordonados, sobretodo, pipa, auto, perro. Todo negro.
     Mi abuela me dijo una vez:
    -¡A ningún extraño se le acepta nada!
    ¿Ese hombre sabe  qué dicen las abuelas y las madres?
    ¿Lo conocen?
    A lo mejor lo dicen por las dudas, sin saber que  su atuendo se matiza sólo con los caramelos multicolores guardados en el bolsillo de su sobretodo.
    Yo lo sé porque un día, después de la escuela, cuando mi bici y yo salimos de recorrida por el barrio, me detuve en la vereda de Enriqueta, no me acuerdo por qué, pero así fue. M i vecina me dijo algo al pasar y ,cuando me di vuelta, sin aviso, él, parado junto a mí.
    No voy a mentir ahora,  mi vista quedó en el piso, su color me abrazó y el miedo hizo su trabajo.
    Quería irme rápido.
    Enriqueta le dijo algo.
   Ahora me doy cuenta , nunca había pensado estar junto al hombre de la bolsa.
   ¿Cuándo fue que le atribuí este nombre?
   ¿Quién me dijo que era él?
   ¿Dónde esta su bolsa?
   No sé cómo, si fue después de una respuesta mía o de Enriqueta, o fue un gesto genuino de cortesía, pero vi una mano abierta, grande, con surcos profundos, con marcas indelebles de suspenso abierto  los caramelos  masticables retorcidos en las puntas, con papeles de colores conocidos por mí.
   No escuché ninguna voz, no recuerdo si dije algo o sólo salí disparada.
   Nunca más lo vi pasar por mi casa. Algunas veces su auto pasó despacio por alguna calle.
  Hoy pienso en él, nunca vi su rostro, su apellido Bordone es algo familiar, los retazos de memoria recortaron mucho, pero la oscuridad iluminada por los papeles coloridos está acá.

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