martes, 25 de septiembre de 2012

Nuevos textos de Cecilia Miano, septiembre 2012


ANA.
      La esquina con baldosas vainillas grises la sostiene. Su cabello bailotea con el viento, nada más se mueve en ella.
     Su novio decidió casarse con otra.
    Su mirada sigue al perro callejero, sus manos ya tranquilas descansan en la escoba. Su vestido es grande para su silueta actual, pero no importa.
     Amable ,siempre busca despejar el día.
     Barre su vereda, limpia y busca más mugre.
     Si no hay, espera. Pero, entre tanto, limpia.
    
RAQUEL.
      Cruza sus dedos hábiles en el teclado nácar. Su música existe y contagia.
     Maestra, exigente, con grandes aros de perlas. Depura notas y contempla arrebatos. La espalda la sostiene derecha y los pies la llevan derecho.
     Su marido, relojero diplomado, como anuncia su vidriera, abre y cierra su negocio en vaivén infinito.
     Escucha a Raquel. Raquel a veces lo escucha.
MANUEL.
      Joven alegre y despabilado. Reparte el agua enfundado en un traje llamativo.
      Su cosecha se cuenta en sonrisas y amabilidades ganadas desde la espontaneidad. Luce brillante.
      Sus rulos negros cuelgan pesados hasta la frente, casi tocan los ojos, pero la nariz protagoniza sin problemas.
      Pasea por las calles, dueño de la situación. Posee el don de gustar.
      Mira embelesado a María, la hija de Raquel, recorre escondrijos para verla, se aparece  sin disimulo para sorprenderla. Ríe. A veces canta.
  
MARÍA.
    Ya pasaron veinte cumpleaños en los que su mamá repite “el momento de conocerte fue  el más feliz”. Los detalles destellan en el desayuno y continúan en la cena.
    Su contento lo regala por pasillos y rincones del hospital, es enfermera en el área de pediatría.
     Tímida y apagada, cuando no es el centro. Disfruta de eso, el cascabel se enciende sólo en ocasiones especiales y dedica un esfuerzo a lograrlo.
    Su voz prodigiosa engalana el coro.
    La lectura se la roba de la vida social extra a estas actividades.

ALBERTO.
    Melancólico hasta los zapatos.
    Envuelve en su alma a todo lo que mira.
    Sus manos tiemblan hace décadas;
    su paso, no.
    Las canciones que lo acunan devienen de Dios.
    Cree y hace creer.
    Cinco hijos son el mejor regalo que ostenta, ahora sumamos nietos, muchos.
    Su cabeza vuela tanto que a veces se pierde, pero busca y retoma. Parece que nunca se fue.
  
ROBERTO.
    
     El sillón de pana recibe el cuerpo pequeño no sin sentir su peso.
     Su lentitud se posa, el cabello dibuja respeto, nada más.
     Lee y divaga. Sus manos hablan más que su boca. Su voz, poca, sale débil y perezosa. Cuenta cuentos que nadie escucha.
    Trabajó de muchas cosas, no mucho de nada.
    Vive solo en una casa llena de gente, su familia.
     Llegó al pueblo de niño, con madre, padre y hermanos. Despidió el tren que lo dejó  junto con la amabilidad y la ternura.
    Sufre del corazón como si lo tuviera.

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