miércoles, 13 de junio de 2012

Textos de Roberto Aguilar, abril-junio 2012






                                               Pájaros periódicos


    El desvelo de las hojas de invierno tirita al mundo. Esconde sus garras el león debajo de las camas y despedaza las máscaras junto a él. Te llaman las flores, los animales, las piedras a enjuagar tu boca a la orilla de algún río. Vomitás sangre y te negás a entregar el orgullo de haber matado el día anterior. Te supuran los oídos, pero estás contra el viento y tus labios gotean rabia,  desencanto. Las sábanas mojan un barquichuelo y lo hunden. ¡Son tan largos los resortes de conchas y piedras preciosas!



   El tiempo golpea esteros. Matices de arco iris en la nada de la lluvia.
Vos vivís de eso, de mucha más savia que tormentos.
         Una alondra, un murciélago inmigran a tu país por la noche.
                            Saltás a la calle, extendés
los brazos en medio de la plaza y esperás al perro de la mañana mear
tu tronco hongueado.



   Busco una mortaja para seguir. Tiro del hilo, del silencio, del blanco. Hoja
           sobre hoja,
                            cálido espanto.



   Nada me recuerda a vos. Ni los vacíos de trenes entre la
medianoche y la madrugada. ‘¡ Yo que canté a los unicornios despecha-
dos por una margarita! ¡Y yo que blandí mi espada de niño sobre el techo
de mi casa!’

            La sucesión de palabras, la sucesión de palabras.
                Nada sos.
                         Te maté sobre la aurora.



   A la altura de una hormigonera, Clarís y los párrafos desarreglados me tiran un montón de piedras. Junto las sillas de las discordias, nombro a todos los ciegos, los siento, construyo un pentagrama de la locura. Magdalena, Oscar, Homero, Borges no están aquí. Cemento los ladrillos confortables.
   Traiciono a los huracanes y despoblados. Por un momento agito el piercing en el medio de tu lengua. Te lo muerdo.



   ¿Qué hay? ¿Qué hay?



   Llaman a las puertas los podridos viejos que despreciaste ayer. Una humareda de los eucaliptos quemados en la esquina. Pasan y pasan basureros.
            El remolino de la primera hora. Ya es mucho pedir. Bomberos y policías
             a la deriva de sus ululares. No querés apagar este incendio.
   Las llamas crecen al ritmo de tu voz.



   Amás los cementerios, el cortejo de colectivos por la avenida Corrien-
tes, la basura desparramada por las calles. Pisás  mierda de los perros,
                        desgranás en enfermedades. Tu reloj ya no se ve. No hay tic-tac o cro-
nómetros  que esperen. Juntás latas de coca y las vendés. Nadie te reco-
noce. Una bandada de cuervos azuza tu memoria. Bebés la hiel del tejido
de Morticia. Sos eterno, una paloma caga en tu pecho. ¡Mil años de suer-
te!
    Las llamas crecen al ritmo de tu sangre.



   -¿Nabucodonosor?, ¿Quién es?,¿Un guerrero? ¿un Don Juan?, ¿un de-
samorado?, ¿Un demonio? ¿pero importa? ¡Dame un vaso de agua!
    El fuego no para.



   Quien entra a tu cuarto no se esconde debajo de las sábanas, a tu lado,  te toca el sexo. Se sienta junto a vos y pide que le hablés. Te toma tu
mano. Sentís el trueno de la roca. La abuela del odio que te parió no te
lleva, te amamanta con sus tetas lúbricas. ¡Para qué más días o noches!
La imagen descansa sobre tu piel.



   Hay noticias inconformes, inconexas. Ay, Ay, una colibrí sobre la ca—
beza de este papel, sobre todas las edades.
  Chupa.
     Deja un ala de terciopelo en tu mejilla.
    Sopla un beso toda la ternura sobre el fuego. Las ciudades se van. Te levantás. La lengua del amor secciona tu carne. No tenés cabeza.



   Yo aclaro los fragmentos del dolor , la alegría, la noche. Un zorzal canta a la luna. Ay, Clarís, los primeros vestigios del sol de la mañana. Y  huye.



  
          
                                 Pájaro de color



    Pájaro azul de las estrellas vuela alto y baja.
    Torsionado por el rayo de las ruedas y el sol entre los edificios, va cuesta a-
bajo con su joroba y muda de ropa como montaña. Llega la víbora metálica a
la estación. Atrae, come todo. Entra el hombre, levanta polvareda. Al mirarlo
nacen estepas, la Patagonia agranda el pecho de los pasajeros. Vende medias
para el invierno. Su mugre lo protege del frío. Canta lento, arremolina el vien-
to alrededor de cada frase, la escupe. Te entrega la mercancía que no pediste.
No quiere disculpas.
    Pájaro azul de las estrellas tu ala anda rota.
    De las ventanillas salen acordes de un bajo y una acústica de diez cuerdas.
Son los músicos de la legua en el vagón. Siguen el compás los pasos de la gen-
te. Tamborilean los tacos, los empeines contra el suelo del escenario. La me—
lodía terminó. Nadie tira un peso en la gorra. Estación Tropezón, Lourdes. Es-
trofa uno y dos. Escuchan y bailan. Les entran el ritmo en sus cuerpos pero no
dan las gracias.
    Pájaro azul, vuela alto y canta.
    Entre las muelas, un escarbadiente, frente suyo la luna engominada, atrás de ellos, una chica con un cachorro dentro de un bolso. Se ponen a ladrar a los
cráteres del señor de los negocios. Olor a pescado circula por los pasillos lar—
gos y se pierde en la cola de la ballena. Afuera cae el frío. Adentro los cuerpos
están calientes. Una gorra pasa y se roba las billeteras. Cachiporras en el aire.
Ya es tarde, se tiró del tren.
    Pájaro azul de la mañana, las estrellas te extrañan y se pierden por vos.
    El anuncio de los poetas hacen los cielos amarillos, los infiernos con gusto
a tortas fritas. Pasa un ciego con un acordeón y zarandea otra cajita de música
colgada de su mano. Le caen monedas. ‘¡Mucha suerte en este día!’ Estira los
brazos hasta abrir los aires de pereza. Más atrás esperan los vendedores de las
cinco de la tarde. Lamparitas, almanaques, cintas, hebillas, libros para colorear
le caen a los chicos en sus rodillas. Ríen. Suenan a eternidad.
    Pájaro azul de lo olvidado, vuela bajo y aparece.
    Entre ustedes va el tren de los conjuros, la barca inmunda de lucifer. Embal-
sama la tierra de los pueblos. Después de siglos, la tritura y sopla al viento ba-
jo el influjo del primer lucero.
    -Pájaro azul, ¡volviste! ¡Sacude tu cuerpo de tiempo! Plumífero de la noche sin fin, dime, ¿cuál es tu porvenir?.
    -Dormir, dormir, mientras creo tu ilusión por lo alto y lo bajo.
    - ¡Pájaro azul!, ¡pájaro azul! Mira acá ¡Acá!, debajo de la tierra. Soy el que
no ríe y nuca río. ¡Deja el horizonte! El sol puede quemar tus alas.
    -Ya bajo y te llevo una imagen de lo más alto.
    Los terraplenes corren a las vías. Todo el mundo descansa. Entre sueños,
pierde el sol su esperanza. Cada uno en su asiento agita su esplendor, los ojos tiemblan, las frentes sudan, los paisajes bailan y estallan en soledades.
   


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