miércoles, 13 de junio de 2012

Textos de Diego Soria, Universidad popular Madres de Plaza de Mayo, (JUNIO, 2012)




El andén 4




            Son las seis de la tarde, la cálida tarde empieza a caer a través de las rejas de Plaza Constitución. Las  sombras de la gente estilizan en el suelo del andén; igual que las largas colas de impacientes- empleados, otros (los menos) tal vez sean jefes; todos son parte del mismo maremagnun, que espera intranquila una formación del privado ferrocarril Roca. Un tren que debió haber salido hace media hora; miles de millones no son suficientes para que un tren llegue a horario, ni para que sus trabajadores tengan un trabajo seguro, pero en fin.

            La  marea humana se extiende desde el andén dos hasta donde abarca la vista. Varias señoras se abanican con el Clarín de hoy y, sin querer, descubren que ese diario por fin hace algo por la gente. Aquí y alla, rostros adustos, secos, la indignación crece pero nadie se anima a expresarla. La misma fila se repite  y se repite con asombrosa simetría, hasta el final del andén; aquí los amos son quienes llegan en sus corceles de pedales. L uego de larga batalla, se  han organizado y lograron que “quetren quetren” les permita viajar con sus bicicletas, siempre que  saquen un abono mensual- un derecho que les ha costado a los de a pie que les sacaran un vagón,_;  “quetren”, vivo y millonario como es, no incluyó un vagón furgón. Al contrario tuvo una idea genial, se aseguraba la venta de abonos y, sin invertir un peso, desmantelaba un vagón transformándolo en algo lejanamente parecido a un furgón.

            Pero volvamos al andén y a sus particulares habitantes: vendedores, pancheros, arrebatadores, puestos truchos, mendigos; asisten todos ellos, junto al sufrido pasaje, a la vejación de no tener otra  forma de viajar; ” jodete, por ser pobre”. “quetren” puede cerrar todas las puertas de salida para asegurarse que los pobres hayan sacado su correspondiente boleto, pero esos millones no alcanzan para hacer una estación con las mínimas condiciones, sin ratas, por ejemplo.
            Yo también estoy esperando el tren y, mientras tanto, me acuerdo- no sin reirme un poco- de cuando el Presidente Pingüino, desde lejanas tierras al sur al borde de un glaciar, amenazaba con re-estatizar los ferrocarriles ante el estupor de la clase empresaria; ¿Nacía el nuevo Che, acaso?

            El andén cada vez se puebla más. Y empieza un hecho curioso, el culpable de que el trabajador no llegue a su casa, o que la señora  se pierda la novela y pase a ser una persona que está peor que uno (si se puede decir que en este país hay un pobre peor que otro); “salí e´ aca con esos cartones”, “el tren no es para cartoneros” y a veces no hace falta que digan algo, a veces una mirada duele más..., el maltrato y el mal humor se acrecentan con el tiempo.
            De repente LA VOZ de la estación anuncia “tren con destino a Ezeiza partirá de anden 4”, un quejido lúgubre
            Se escucha en todo el lugar. E ntonces, como en la película “El acorazado Potemkin”, cientos y cientos  empiezan a correr por el derecho a sentarse; aquel que sea más fuerte conseguirá un lugar. Gente mayor corre con ayuda de su bastón y derrapa al querer pasar a alguna abuela; los mas jóvenes corren más tranquilos, confiados en sus fuerzas. Sin embargo, los más intrépidos se lanzan a las vías con valor, agilidad y gran estupidez. L os jinetes de acero levantan las bicicletas cual atletas de triatlón, cruzan a pie el río de rieles hasta la otra orilla, hasta el anhelado anden 4. ¿Dónde estarán los dueños de “quetren quetren”? Tal vez en el mismo lugar que el espíritu estatizador del pingüino.

            El sol pega aún muy fuerte. Quienes estaban primeros en la fila en el andén 2 ahora la ven desde el fondo en el andén 4. M iran con cierto desdén a aquellos que, siendo cola, ahora sonríen, seguros de, por los menos, lograr sentarse en el pasillo.

            A lo lejos se anuncia la silueta del anhelado medio de transporte. S e balancea cansinamente... ¿dónde estará el tgv? (tren de gran velocidad), que quería instalar rucucu Ruckauf. T al vez lo quería para no ver a los pobres.

            Los vendedores de panchos y gaseosas se hacen a un costado, saben que se avecina la batalla final. O tra que “El Señor de los Anillos”, más que “Corazón Valiente”, más épica que “Juana de Arco”. Son cientos quienes quieren subir, cientos los que quieren bajar, cientos los que se quieren colar, cientos los dispuestos  pelear a brazo partido por un lugar. Los corceles de metal también tienen su lucha, a esta hora, llegan desde el conurbano los “Recicladores de Buenos Aires”- como les quería decir Macri, para dignificar la tarea, ¿ vio.?-
            El tren empieza a entrar por el andén y, a medida que pasa delante de las filas,  las personas se acercan al tren como si este fuera  a escaparse en un descuido. La marcha se hace cada vez más lenta, una ruleta que gira. La gente espera su suerte. Una puerta, finalmente, el tren se detiene. Exhala exhausto, tal vez, de tanto rodar los caminos de hierro. El instante es crucial, la piel se crispa, algunos se muerden los labios, una gota de sudor cae desde la frente y, a través de la comisura de los labios, sigue viaje hacia el suelo. M uchos ya eligen rival a través del vidrio de la puerta, el circo romano está por empezar. Y  el emperador quiere sangre. Más allá, los corceles de  a pedal preparan su batalla.
            Es un segundo que se hace largo como la espera. Finalmente la puerta se abre, los ejércitos se encuentran, la batalla a comenzado, la gente que pugna por salir exige respeto y a fuerza de insultos. A empellones se quiere abrir paso. M ientras tanto, mas allá, una puerta no se abrió, seguramente por falta de mantenimiento, el terror se apodera de  la frustración por no poder sentarse y ahora la gente solo lucha motivada por  un lugar cerca de la puerta. Más al fondo los gritos atronan, señores, hay piñas, cartonero y bicicletero pelean para ver quién es el más pobre.
            Todo el andén 4, un caos.
            Algunos caen, otros se meten donde pueden. Inclusive, a través de una ventana, los gritos aquí, allá y acullá, insultos fieros, cosas que no se le dirían ni a un banquero, la lucha dura un par de segundo,s los asientos ya fueron ocupados.Segundos en lo que nada importó, Como en los tiempos de la caverna. Si es que en tiempos de la caverna había que correr para algo.

            Ya está, ya pasó. Y la señora podrá  llegar para ver su novela y el señor podrá disfrutar de su súper, súper, súper clásico. Hace un momento todos peleaban por nada y, como por nada peleaban, por nada del mundo se van a cuestionar.

            Tal vez alguien algún día se pregunten por qué, y entonces sí empezaremos a pelear por algo que valga la pena.


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