El andén
4
Son las seis de la tarde, la cálida
tarde empieza a caer a través de las rejas de Plaza Constitución. Las sombras de la gente estilizan en el suelo del
andén; igual que las largas colas de impacientes- empleados, otros (los menos)
tal vez sean jefes; todos son parte del mismo maremagnun, que espera
intranquila una formación del privado ferrocarril Roca. Un tren que debió haber
salido hace media hora; miles de millones no son suficientes para que un tren
llegue a horario, ni para que sus trabajadores tengan un trabajo seguro, pero
en fin.
La marea humana se extiende desde el andén dos
hasta donde abarca la vista. Varias señoras se abanican con el Clarín de hoy y,
sin querer, descubren que ese diario por fin hace algo por la gente. Aquí y alla,
rostros adustos, secos, la indignación crece pero nadie se anima a expresarla.
La misma fila se repite y se repite con
asombrosa simetría, hasta el final del andén; aquí los amos son quienes llegan
en sus corceles de pedales. L uego de larga batalla, se han organizado y lograron que “quetren
quetren” les permita viajar con sus bicicletas, siempre que saquen un abono mensual- un derecho que les
ha costado a los de a pie que les sacaran un vagón,_; “quetren”, vivo y millonario como es, no
incluyó un vagón furgón. Al contrario tuvo una idea genial, se aseguraba la
venta de abonos y, sin invertir un peso, desmantelaba un vagón transformándolo
en algo lejanamente parecido a un furgón.
Pero volvamos al andén y a sus
particulares habitantes: vendedores, pancheros, arrebatadores, puestos truchos,
mendigos; asisten todos ellos, junto al sufrido pasaje, a la vejación de no
tener otra forma de viajar; ” jodete, por ser pobre”. “quetren” puede
cerrar todas las puertas de salida para asegurarse que los pobres hayan sacado
su correspondiente boleto, pero esos millones no alcanzan para hacer una
estación con las mínimas condiciones, sin ratas, por ejemplo.
Yo también estoy esperando el tren y,
mientras tanto, me acuerdo- no sin reirme un poco- de cuando el Presidente
Pingüino, desde lejanas tierras al sur al borde de un glaciar, amenazaba con
re-estatizar los ferrocarriles ante el estupor de la clase empresaria; ¿Nacía
el nuevo Che, acaso?
El andén cada vez se puebla más. Y
empieza un hecho curioso, el culpable de que el trabajador no llegue a su casa,
o que la señora se pierda la novela y
pase a ser una persona que está peor que uno (si se puede decir que en este
país hay un pobre peor que otro); “salí
e´ aca con esos cartones”, “el tren
no es para cartoneros” y a veces no hace falta que digan algo, a veces una
mirada duele más..., el maltrato y el mal humor se acrecentan con el tiempo.
De repente LA VOZ de la estación
anuncia “tren con destino a Ezeiza
partirá de anden 4”, un quejido lúgubre
Se escucha en todo el lugar. E ntonces,
como en la película “El acorazado Potemkin”, cientos y cientos empiezan a correr por el derecho a sentarse; aquel
que sea más fuerte conseguirá un lugar. Gente mayor corre con ayuda de su
bastón y derrapa al querer pasar a alguna abuela; los mas jóvenes corren más
tranquilos, confiados en sus fuerzas. Sin embargo, los más intrépidos se lanzan
a las vías con valor, agilidad y gran estupidez. L os jinetes de acero levantan
las bicicletas cual atletas de triatlón, cruzan a pie el río de rieles hasta la
otra orilla, hasta el anhelado anden 4. ¿Dónde estarán los dueños de “quetren
quetren”? Tal vez en el mismo lugar que el espíritu estatizador del pingüino.
El sol pega aún muy fuerte. Quienes
estaban primeros en la fila en el andén 2 ahora la ven desde el fondo en el
andén 4. M iran con cierto desdén a aquellos que, siendo cola, ahora sonríen,
seguros de, por los menos, lograr sentarse en el pasillo.
A lo lejos se anuncia la silueta del
anhelado medio de transporte. S e balancea cansinamente... ¿dónde estará el
tgv? (tren de gran velocidad), que quería instalar rucucu Ruckauf. T al vez lo
quería para no ver a los pobres.
Los vendedores de panchos y gaseosas
se hacen a un costado, saben que se avecina la batalla final. O tra que “El Señor
de los Anillos”, más que “Corazón Valiente”, más épica que “Juana de Arco”. Son
cientos quienes quieren subir, cientos los que quieren bajar, cientos los que
se quieren colar, cientos los dispuestos
pelear a brazo partido por un lugar. Los corceles de metal también
tienen su lucha, a esta hora, llegan desde el conurbano los “Recicladores de
Buenos Aires”- como les quería decir Macri, para dignificar la tarea, ¿ vio.?-
El tren empieza a entrar por el andén
y, a medida que pasa delante de las filas, las personas se acercan al tren como si este
fuera a escaparse en un descuido. La
marcha se hace cada vez más lenta, una ruleta que gira. La gente espera su suerte.
Una puerta, finalmente, el tren se detiene. Exhala exhausto, tal vez, de tanto
rodar los caminos de hierro. El instante es crucial, la piel se crispa, algunos
se muerden los labios, una gota de sudor cae desde la frente y, a través de la
comisura de los labios, sigue viaje hacia el suelo. M uchos ya eligen rival a
través del vidrio de la puerta, el circo romano está por empezar. Y el emperador quiere sangre. Más allá, los
corceles de a pedal preparan su batalla.
Es
un segundo que se hace largo como la espera. Finalmente la puerta se abre, los
ejércitos se encuentran, la batalla a comenzado, la gente que pugna por salir
exige respeto y a fuerza de insultos. A empellones se quiere abrir paso. M ientras
tanto, mas allá, una puerta no se abrió, seguramente por falta de
mantenimiento, el terror se apodera de la frustración por no poder sentarse y ahora
la gente solo lucha motivada por un
lugar cerca de la puerta. Más al fondo los gritos atronan, señores, hay piñas,
cartonero y bicicletero pelean para ver quién es el más pobre.
Todo
el andén 4, un caos.
Algunos
caen, otros se meten donde pueden. Inclusive, a través de una ventana, los
gritos aquí, allá y acullá, insultos fieros, cosas que no se le dirían ni a un
banquero, la lucha dura un par de segundo,s los asientos ya fueron
ocupados.Segundos en lo que nada importó, Como en los tiempos de la caverna. Si
es que en tiempos de la caverna había que correr para algo.
Ya está, ya pasó. Y la señora
podrá llegar para ver su novela y el
señor podrá disfrutar de su súper, súper, súper clásico. Hace un momento todos
peleaban por nada y, como por nada peleaban, por nada del mundo se van a
cuestionar.
Tal vez alguien algún día se
pregunten por qué, y entonces sí empezaremos a pelear por algo que valga la
pena.
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