FRAGMENTO DE "EL BARRIO"
El barrio tiene lo suyo. Cuando llego, un universo se abre ante mí: el
enorme postre helado intacto ofrecido
sin nada a cambio.
Vengo de un sitio rodeado de fábricas, talleres y una ruidosa avenida.,
no parece el lugar adecuado para un niño
de siete años. ¿Amigos? ¡No existían! ¡Los tenía que inventar! Así pasaba las
tardes imaginando chicos con los que jugaba y hablaba a solas, donde era el
actor principal y siempre salía airoso de todo conflicto.
Cuando veo por primera vez el barrio, la felicidad me toma de la mano y
me lleva a pasear. Los pibes salen de abajo de las baldosas. Ahí sello la
amistad que me acompañará hasta la adolescencia. Es grandioso, apenas salgo de
mi nueva casa, ya estoy jugando al fútbol, escondidas, manchas, cachurras
¡Increíble!. El tiempo no alcanza, los días se hacen muy cortos.
Los primeros que se acercan son el “Tano” , líder, el mayor de la barra:
flaco, alto y muy fuerte, de cabello corto, lacio, castaño, tez blanca y una
enorme protuberancia nasal igual a una manija antigua caprichosamente
incorporada en una puerta moderna; y el
“peti”, el más chico en tamaño pero no en edad: de frágiles brazos y piernas,
el pecho menudo y hundido, abultado abdomen, tez tostada y rostro de gnomo con
un gran sentido del humor y picardía.
Él será mi mejor amigo durante trece años, hasta que decida alejarme y romper
con su amistad para siempre.
Con ellos juego y hablo por primera vez, veo que manejan otros códigos,
otras palabras, putean, hasta sus gestos
me cuesta descifrar. Son más rápidos, tienen algo que yo desconocía por
completo, la calle. Me doy cuenta entonces: ese mundo en el que vivía con
personajes imaginados a mi justa medida y con historias que siempre me
beneficiaban desaparece como el maquillaje del actor que termina ante su
verdadero rostro frente al espejo, al final de cada función.
La barra la completan los cuatro menores : “Turu” , el hijo del alemán,
cabello lacio y flequillo a lo “Beatles”; su cuerpo delgado, estilizado y ágil;
“El Colo”, hijo de “paisanos”: cabello rojizo, tez bien blanca y
centenares de manchas rojas en su cara
-que aparecen seguramente al teñir su cabeza-; el más estructurado y formal del
grupo. “Josesito”, gordito y fanfarrón, el más pesado, ñañoso y malo ; y el
“nano”- mi hermano- que debido a su corta edad esperará varios años para
incluirse en alguna aventura.
La casa del “Turu”, antigua,
fachada descascarada; con el jardín como antesala, es el lugar de
reunión de la barra. Allí planificamos la agenda y decidimos a qué jugar, contamos con la gran
persuasión del “Tano”- si alguien se niega , él sutilmente se acerca entrechoca
la frente con la del desertor, y apretando los dientes, dice…Así
que no vas a jugar,. mientras aplica fuertes
golpes en estómago y flancos, “en segundos, evita que la barra no sufra bajas”
De este modo “democrático y participativo”, logra unanimidad en todos los
juegos.
La cuadra, “nuestro campo de
operaciones”, son dos amplias veredas, interrumpidas por ese maldito río de
adoquines, donde transitan enormes ballenatos mecánicos y cardúmenes de cuatro
ruedas. Nos permite carrera de bicicross, karting, fútbol, escondidas…
Mi casa está enfrente a la de mis amigos, ser el último en llegar al
barrio y estar de la otra orilla del pétreo río me da un aire foráneo. A dos
casas de la mía, está la playa de
estacionamiento. Eso me beneficia, ya que todos deben cruzar cuando decidimos jugar en ella, allí
podemos estar tranquilos sin el peligro de los autos, la única contra es caer
en ese asfalto lleno de pozos y pequeñas piedras que favorecen el “patinaje”.
Recuerdo la vez que el “Tano” me levantó por el aire con un patadón. Jugábamos al fútbol y los demás contabilizaron mis
veinticinco puteadas, mientras recorrían todo su árbol genealógico, hasta que
mi pecho y manos tomaron contacto con el suelo. También siento el ardor que
provocaban las curaciones con alcohol y merthiolate de mi vieja.. Los insultos seguían y se incrustaban como
dardos en un único blanco, el “Tano”.
La “playa” tiene el singular atractivo del “sector selva” un
terreno abandonado lleno de cañas, montañitas, pastos y malezas, ideal para
jugar a los cazadores, Tarzán o a las escondidas. Con el “Peti” construimos
allí una “choza” muy bien camuflada, donde podemos escondernos y pasar largas horas sin ser vistos. S oñamos con
llevar algún día a las hermanas de nuestros amigos y tener el primer contacto
sexual,. Este deseo se cumplirá recién
en nuestra adolescencia, la choza carecerá ya de todo atractivo.
El verano es la estación
esperada. Llenamos baldes plásticos con
nuestras armas más poderosas, las bombitas de agua; nos escondemos detrás de la baja pared de la
casa abandonada, contigua a la mía y,
desde allí- con el cuidado de no ser vistos- atacamos a los increíbles
monstruos que se atreven a cruzar nuestro río. Igual a Ulises y su séquito,
creamos nuestra particular Odisea, aunque sabemos que “Itaca” está muy cerca
con un mínimo de esfuerzo.
Esta casa abandonada es ideal también para
nuestras sesiones “espiritistas”. Contamos con la presencia de un “médium”, mi
primo el “fabul”, que viene seguido y se
queda unos días en casa. En determinado momento simula irse, se viste para la
ocasión, saluda a todos y salta por el
paredón de la playa a la vieja casa. Allí se esconde dentro de un mueble
olvidado y nos espera. Todos conocemos el truco, menos “Josesito”; así que alguien decide invocar a los
espíritus, vamos al fondo de la ruinosa
casa y nos desparramamos encima del desvencijado mueble; nos tomamos de las
manos y comenzamos a invocar a el ser del más allá.
-Espíritu, si estás aquí, da tres golpes-
Por supuesto, el “Fabul” contesta con
percusión desde adentro. Los ojos de “Josesito” salen de sus cuencas
impulsados como resortes. Sus gordos
cachetes se inflan y sonrojan, dan la idea de que reventarán en cualquier
momento, bañándonos en saliva. Su corazón se escucha con la misma intensidad
que el puño de mi primo en el interior del mueble. Los demás agachamos la
cabeza y contenemos la carcajada,
algunas lágrimas afloran inevitables, ayudan a la escena. Aunque lo
sabemos: un solo error rompería el
momento mágico.
Entonces el “Tano”- el único que puede
fingir y lograr que las palabras no tiemblen- continúa con las preguntas al
médium. Su elevada altura, rostro huesudo, su enorme nariz, todo él parlotea en
penumbras y da el toque necesario para lograr, al fin, que “Josesito” se cague
en las patas y huya desaforadamente a su casa.
El asunto se distiende, las contenidas risas se liberan como un dique al
abrir sus compuertas. El “Fabul” sale de su oscuro escondite, mientras seca
cientos de “burbujas” adheridas a su colorado rostro. Levanta su remera y nos muestra los distintos ríos de sudor desde
el delgado tórax hacia un desfachatado “Pupo”.
Al caer la tarde, un manto
especial nos roza y sensibiliza, los temas serios y profundos se desvisten ante
asombrosas miradas.
El “Peti” confiesa haber visto el día anterior a la “Mary”- La mamá de
“josesito”- matándose a besos, dentro de un auto, con un flaco bigotudo,
desgarbado y viejo que frecuentaba el barrio. Nos costaba creerle, pero
enseguida el “Colo” ,con su sofisticado lenguaje, contó que semanas atrás vio
una escena similar, debajo de la lluvia
y “escudados” en el paraguas. No puedo entender cómo una mujer tan hermosa –a
todos nos calentaba en el barrio- ha elegido como amante semejante esperpento.
Máxime con un marido joven, de cuerpo apolíneo...Practica deportes, pesas, boxeo entrena a su hijo al “Peti” y a mí en
esta disciplina enseñándonos a pegar en la bolsa-
-¡Qué injusticia!- Dice el “Colo” juntando los dedos de una mano-
¡Hacerle eso a Jorge! el papá de
“Josesito”¡Siendo joven y apuesto!
-¡Sí! ¡Apuesto! ¡Apuesto a que es un cornudo! -Acota el “Tano” y genera
estentórea carcajada.
Por primera vez, siento que las mujeres exigen del amor cosas
intangibles y veladas a nuestro género.
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