Fragmento de novela
Esquina de Inglaterra y Avenida 25 de Mayo, altos soportes de adobe irrumpen en el baldío invariable. Los gorriones, de pura costumbre, visitan las molduras rústicas de la fachada. La calle desierta puebla las distancias.
Dominga y Juanita embisten la
mañana con ánimo irreverente, las muecas exageradas se prestan fáciles.El
sonido de la confidencia vuelca cuidados y delicadezas.
-Cora y el marido ya venían mal, yo los veía.
-Ella, siempre tan tranquila…
-Más que tranquila, para mí quiere disimular.
-Yo creía que él tenía algo, desde hace rato
te lo vengo diciendo.
-El otro día me lo contaron, ella quería irse
del pueblo.
-¿A dónde se va
a ir?
Un auto entrecorta las palabras,
los brazos dedicados a las bolsas de almacén recurren a una sorprendente
fortaleza para hacerse los distraídos. El sol marca la hora.
La alusión a Benito, de manera
solapada, hace que Juanita se enfervorice.
-¡Él es un
papanatas. Sólo vivió para otros, con Cora nunca fueron compañeros!
-Sí, en eso
tenés razón, yo le decía a José, ¡cuánto hace que no los vemos felices!
Esas aseveraciones, con tanta
liviandad, siempre me resultaron irritantes. Sólo el hecho de percibir la vida
ajena es insólito, como si ellas o cualquier otro pudiese pensar, hacer y
sentir escondidos o enquistados bajo otra piel. Lo más indignante es, en
general, el poder de convicción de estas alocuciones. Los distraídos de
espíritu pueden caer en la trampa.
Los cuentos siguen el recorrido
preestablecido, los pétalos de las flores de laurel deciden no participar, las
verduras de las bolsas reclaman el fresco vital. Ellas arremeten y cuelan
toneladas de lecciones, buenas para nadie.
Con el lomo brillante, me sumo a
la reunión, podría haber sido más disimulado pero ,bueno, me exasperé… mi
ronquido no las despabiló, sí lo hizo mi cola pesada y mi boca mojada.
Cuando se hace palpable, puedo
reunir coraje y envalentonarme, me pongo muy cerca; los talones de la señora
más robusta me hacen guiños, sus piernas cansadas anhelan una siesta. Me
doy cuenta, por los nudos violáceos, que se asoman detrás de sus rodillas. Ella
parece no advertirlo… y no es lo único que le pasa inadvertido.
A pocas cuadras,
contándolas con los dedos de las manos, a mucho de allí, se prepara Cora para
dar forma a la ocasión.
Delante de ella, Inés invade con
vestido azul, flores estridentes invitan, vuelo inusual para su estilo. Ahí
van, expectantes, los zapatos forrados para
el evento. El aire se torna dulce, las luces danzan al son, la fotografía de la
mesa pequeña- junto al sillón- recuerda otras épocas, anhelos.
-¡Está preciosa! Sólo podría soltar un
poco más el largo, ¿no te parece?
- Podría
probar, mamá, a lo mejor me ayuda a que mis piernas parezcan más musculosas.
Con sonrisas enredadas, la voz agitada hace viva la ensoñación. La
ilusión se hace tangible, el casamiento de Julia se acerca, los días no quieren
esperar a tener todo preparado y siguen, incansables.
-Yo te lo arreglo y vemos.
Los modos cuidados,
la paciencia curtida permiten un placer distinto.
Ya se hizo carne, es así, cómo
podría quejarme de ella si es todo lo que necesito para estar…. culpa…
Los feligreses acuden al llamado
de las campanas, de modo alegre se imponen en la cotidianeidad e invitan a la
acción. Los abrigos pesados hoy
salen de paseo, el perfume de hace
instantes se asoma por entre los pliegues, las
sonrisas surgen y los rumores de paso llegan rápido.
-¿Cuántos días
hace que Cora no viene a misa?
-Unos cuántos,
no sé qué le pasa, es raro en ella…
El cura párroco los recibe en la entrada
principal, un poco para socializar otro para calmar las ansias de ponerse al
día, justo antes de entregar el espíritu a la celebración del encuentro con
Dios.
Hay curas a quienes les
molesta que la gente piense en otras cosas, como si esto fuese pecado, ¿qué
quiere?... por eso hace tanto dejé de asistir a la misa, eso de escuchar la
palabra del Señor a través de gente que juzga todo el tiempo no es para
mí. Claro, ahora me echa de aquí, sólo porque mi cuerpo tiene otro pelaje, si
supiera cuántos recuerdos de él guardan mis ojos…
Los primeros acordes del piano suenan
limpios. Las voces se acallan tanto como la voluntad.
-Inés, probate, ¡vamos a ver!
-¡Qué rapidez, mamá!
El vestido logra ahora convencer
a madre e hija. Ambas festejan con té aromatizado con cascaritas de
mandarina y endulzado con miel, bajo un sol tímido al pie del nogal.
Como si fuera importante el
vestido.
Recuerdo la noche en que
la vi por primera vez a Cora, mirarla… la había cruzado tantas veces, pero esa
noche la descubrí. La sensación fue rara, no recuerdo haber sentidor una
sacudida; más bien, la calma- desconocida, desierta, inhóspita-, pero calma. Sensación
de estreno, con pocos años y mucha curiosidad. Su sonrisa tímida vestida de
rosa me deleitó, su soltura para conversar con amigas me animó. La invité a
bailar y su cuerpo grácil completó el mío.
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