GUARDIANA
La casa estuvo siempre, o casi siempre.
Con las enredaderas que corren como arterias
por las paredes anchas,
con el sol que se filtra por entre las
columnas de la gran galería.
Sus tejas salpicadas de musgo y de pajitas.
Y la campana verde al borde del camino y la
aldaba que custodia la puerta de madera.
Estuvo incluso el día en que naciste. Y se
llenó de rezos y murmullos, de tensa expectativa y llantos estridentes.
Con olor a colonia, a leche y a galletitas
transcurrieron los días.
Y la casa era el mundo, limitado recinto
donde ensayar la vida:
el jardín como selva, los charcos como ríos.
Y después de la lluvia corrían caracoles
carreras interminables sobre las hojas.
Escenario de guerras y de fiestas, de
rayuelas, de manchas, de escondidas.
Aún alberga, en sus recónditos rincones,
una princesa, un pirata, una española.
Supo disimular, para cuidarte, la oscuridad
que asusta, la sombra que obsesiona y el susurro del viento que despierta en
medio de la noche.
Y, cuando llegó el día del final de los
juegos, la primavera corrió por sus pasillos, como por tus mejillas los
colores. La sangre transportaba confusión y deseos.
Y el
naranjo embriagó con su perfume.
Se pintó de pasión y de ilusiones, guardó cartas
de amor y flores secas y,
en el viejo bahut de la sala, quedaron
olvidados los poemas.
Y aquel chico y aquellos ojos verdes y aquel
nombre que, mientras esperabas,
grabaste al costado del umbral.
El día que te fuiste se inundó de silencio,
se quemaban las luces y perdían las llaves.
Se marcharon los grillos y, como en vísperas de muerte, aullaron los perros.
El otoño llegó antes de hora y ya no
florecieron los geranios.
La casa estuvo siempre, o casi siempre.
Hoy está cerrada, pero no vacía.
Fantasmas, voces viejas, cantares de otros
tiempos, lejanas alegrías, pasiones y pesares, la habitan, la recorren, la
arrullan, la consuelan.
Como un guardián celoso vigila, porque sabe.
Como un faro en la noche se enciende, por si
acaso.
Vainillas para Emma
De
azúcar y de asombro,
de par en par
los
ojos donde se posan
dejan
preguntas y sorpresa.
De tanta
amapola en las mejillas
el llanto aviva el fuego y
corre por la casa,
de roja
seda, tibia.
De
andar y andar sin tregua,
manitas
sucias,
por
donde pasan,
quedan huellas,
arrugas.
Pequeña
puerta al cielo,
el mundo se te abre.
Y no se
salva nada.
Y nada
se te esconde.
Te
traje de colores
papeles y brillantes.
Huída de un cometa
tras las nubes.
Si el
sol de la merienda,
se trepa a la ventana
tenemos
chocolate,
almendras y vainillas.
Si
acaso cae la tarde,
puedo
leerte un cuento
que
dibuje en el aire
castillos y princesas.
Te
traje miel rosada.
Te traje miel y leche
por si
se pone oscuro
y no te
llega el sueño.
De
azúcar,
cielo y mundo.
De
huellas,
seda y leche.
CORAZONES DE
HIERRO
¿Cuándo se comienzan a descascarar los muros?
¿Cuándo, a borrarse la tinta de los papeles?
En la Vieja Europa los novios
escriben sus nombres en un candado,
lo cierran y tiran la llave al
fondo de un río.
Y ahí quedan,
sujetos a las orillas para siempre,
lápidas oxidadas, añejas armaduras.
Cerrados eternamente, corazones de hierro
exhiben las palabras cargadas
de deseo y
destilan el orgullo de no saberse solos.
Nombres, a cadena perpetua,
espejos de ilusiones, que la vida no alcanza.
Las
llaves yacen en el fondo,
quietas.
De noche, los ojos de los peces
las iluminan.
De día, el sol se filtra entre las algas y las entibia.
Y ellas brillan, estrellas sobre un firmamento de arena y barro.
Si hay tormenta, apenas se mueven y vuelven a acostarse.
Si hay luna llena, viran del amarillo ocre al verde plata.
Y ellas duermen tranquilas, como amantes.
Lo mejor del amor está a salvo.
Ajeno a los muros derruidos,
a los
papeles viejos
y al
tiempo que desgasta.
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