Trébol de cuatro y flores
silvestres.
Las hojas caídas
sobre la inexistente hierba dentro del monte colorean la mañana otoñal. Las más
remolonas se desprenden en remolinos al espeso suelo. Tres niños de diez, ocho
y seis años caminan cada uno por una callejuela entre las filas de árboles. Los
distrae el viento que levanta un grupo de hojas justo detrás de ellos. Hay un
lugar donde el viento parece querer
seleccionar un grupo en especial. Los niños siguen camino, arrastran los
pies para ver las ramas secas escondidas debajo de las hojas. El suelo torna
desde un ocre a un amarillo casi blanco. Vuelve a soplar el viento y los chicos
dirigen la mirada a ese lugar en especial que amontona hojas como si encubriera
algo. La mayor de los tres es una niña, el que le sigue un varón y luego la más
chica. Los tres de cabellera rubia, ojos celestes los dos mayores y verdes la
niña de seis. Dejan las ramas que juntaron en el piso, copian a la mayor y
corren los tres hasta el lugar donde el viento levanta, selecciona y acomoda.
Comienzan a patear la pequeña montaña de hojas secas, desarman lo armado por el
viento. Arremolinan por el aire hojas de varios colores. La niña más chica se
agacha a levantar desde el suelo hojas y las tira al aire. Los tres niños ríen,
hacen volar cuanta hojas patean o levantan con las manos. Se dirigen al lugar
que dejaron las ramas, las cargan debajo de los brazos y caminan sin levantar
más. Dan una última mirada donde habían estado jugando. Nuevamente el viento
sopla, ordena las hojas como estaban al principio y la figura de la pequeña
montaña se deja ver como al primer vistazo. Los niños se quedan mudos. Ven que
el viento solo ahí sopla y solo ahí ordena caprichosamente. Hasta elige las
hojas. La más pequeña parece asustarse, el varón abre bien los ojos y la mayor
solo observa como si conociera el fenómeno. Salen los tres al llano en busca
del camino a la casa. Escuchan soplar el viento que amontona más cantidad en el
lugar. La niña mayor calma a los hermanos y reanudan la marcha.
Ya sin la presencia
de los niños, el viento bate las hojas hasta juntar el doble. El monte es
tupido de árboles que ya se
desprendieron de sus hojas. El suelo da un color especial cuando el sol cuela
sus rayos entre los árboles. Casi no hay pájaros. En especial, roedores, liebres, zorros, gatos del monte,
mulitas y lagartos. Todo parece tranquilo en el lugar, salvo el viento y su
extraño soplar.
Ahora comienza a
hacerlo de manera constante sobre la cima de la montaña de hojas, sopla y sopla
y traslada hojas a los tres montículos espaciados casi a la misma distancia.
Sigue soplando hasta armar tres figuras humanas desde los pies a la cintura,
parejo. Continúa así desde el lugar donde había amontonado al principio y
además desde los alrededores. Completa la figura de tres personas de la misma
estatura. Entonces, cesa el viento.
Quietud.
Pasa una liebre
entre dos figuras y sigue su camino. Comienzan a caminar, dos de ellas lo hacen
a la par por el monte y la de la derecha camina alejándose. A una se le
presenta el viento, la obliga a regresar. Pero se obstina y sigue hacia el valle. El viento sopla su enojo,
sopla y lo desdibuja. La figura ya no tiene consistencia, solo se ven sus
pisadas en la hierba.
Desde el lugar se
ve la casa de los niños, que juegan fuera. Las huellas a campo traviesa son más
nítidas cada vez a cada paso. Llega a la casa, avanza entre los niños que
corretean delante de la madre de, quien cuelga ropa al viento. Se para delante
de una sábana y el viento la pega al cuerpo. Los niños ven la figura humana sin
pies, sin cabeza, el torso, los brazos completos y las piernas hasta donde se
termina la prenda. Se miran, gritan y corren a esconderse dentro de la casa. Se
dan vuelta a ver y la sábana no muestra nada. Las tres caras completan su
asombro cuando ven una camisa del papá en un cuerpo sin cabeza, sin manos y sin piernas. Ríen cuando la figura
se coloca un pantalón. Pero sin cabeza, sin manos, sin pies. Ríen tan fuerte
detrás de la puerta de entrada, que llaman la atención de los padres quienes se
asoman desde la puerta entreabierta.
La figura salta y
cae al piso la ropa desvanecida. Los
niños ríen y acompañan a los padres hasta donde se encuentra la camisa y el
pantalón. La madre levanta la ropa, los chicos la tocan y la estrujan para ver
que nada hay dentro de ella. La mujer camina, sacude la ropa hasta colgarla en
el tendedero. Luego va hacia su esposo, juntos caminan hacia la casa. Los niños
dan una última mirada a la ropa colgada. Una mano aparece en el centro de la
sábana, se agita a modo de saludo. Los chicos corren hasta la casa y ,allí,
detrás de la puerta espían tres caras apiladas de arriba a bajo.
De repente, de la
nada, aparece una flor amarilla delante del rostro de la niña mayor, un trébol
de cuatro hojas delante del rostro del varón y una flor silvestre delante del
rostro de la pequeñita. Los tres niños toman la flores, el trébol y cada uno de
ellos recibe una caricia en sus cabezas. El viento se hace presente, se miran,
ríen. Entran los tres en la casa, cierran la puerta. En el mismo instante se
arremolinan hojas, arenilla y unas pisadas
se alejan hacia el monte.
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