El Micro-Ondas
Verdes,
azules, naranjas, violetas. Sabias princesas del futuro decoran las calles de
la ciudad en verano. Con ropas exóticas, resaltan sus
atributos. Mis ojos no se detienen,
siguiéndolas. Hermosas piernas largas, fornidas, siempre hermosas. Los rostros
con facciones de otros mundos adornan la entereza de su ser. Y senos redondos e
inmensos se bambolean como pelotas de basket.
Silencios
bellos pero asfixiantes e hipnóticos. Hago garabatos rápidos, nerviosos, con
colores que se mezclan, contrastan, más y más colores nacen e inundan las
hojas, las teles, las pantallas... los cielos.
Demasiados dibujos
se apilan en el rincón de mi habitación, los cotejo, cuando puedo, en silencio.
Los examino uno por uno, busco tal vez algún secreto. Repletos de colores primarios,
secundarios, toda la escala cromática. Hechos con biromes, lápices, crayones
(pasteles o no), carbonillas, tintas chinas, óleos, acrílicos, témperas y
acuarelas.
Abro la
ventana, atisbo cielos púrpuras: furiosos avanzan al galope tirados por miles
de caballos que parecen cargar con ríos enteros. La noche sutilmente se nos
presenta. La mesa está llena de cosas, trastos, bolsas repletas con comida,
libros, un desorden capaz de enloquecer al rey de los cuerdos y a la mejor
guitarra de todas, la reina de las cuerdas.
Silencios, la
madrugada cayó, pero mi obsesión por el tiempo, no. Cada dos por tres consulto
el reloj del microondas: las cuatro y veinte ya, qué tarde, dormir quedará en
el olvido esta vez. Cielos, colores, silencios.
Mi señora:
-¡Ponéte la campera!
-¿El bonete en
la campera?, ¿qué decís?
-¡Sordo! ¡Que
te pongas la campera! ¡Hace mucho frío!
Cielos con
colores. Está amaneciendo. Otra vez la televisión atrae mi cuerpo, mi atención
hacia ella. Sus brillos, sus colores, no los puedo resistir. Sus reinantes
propagandas. O los silencios, que también me consumen o me llevan a avistar
cielos, donde mi mente se pierde, donde me pierdo.
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