El silencio inunda los
rincones de la noche, mientras la sombra uniforma la ciudad; todo se contrae…
es la hora de los desahuciados y los locos, de las ánimas náufragas anhelantes
de una costa donde sucumbir… nunca ocurre.
-Bulnes y Las Heras,
accidente, herido grave -trona la radio.
-Copiado, me dirijo
central –contesta B-. Mira a un costado, su compañero duerme rendido como un
bicho en una telaraña, piensa.
La ambulancia arranca
pesadamente en el asfalto húmedo de la avenida Rivadavia. Las manos huesudas se
aferran al volante con ansias, los ojos inyectados en sangre, parecen tragarse
la noche entera.
Hace 10 diez años, B maneja la ambulancia,
navega todas las noches, casi siempre para ser el gondolero de la muerte.
Afuera los fantasmas de
la plaza Miserere deambulan sin rumbo bajo la llovizna de la madrugada, solo la
sirena de la ambulancia rompe por segundos la monotonía; Las ánimas de la plaza
siguen el paso de la ambulancia. Por un instante. Hasta que se pierde avenida
abajo, todos saben su significado.
B se hunde más y más en
la noche de la av. Rivadavia hasta que gira en Bulnes, cruza el puente sobre
las vías, acelera, acelera sin pensar, maneja como un autómata. El viento de la
noche, le recorre las vértebras hasta la nuca.
La ambulancia cruza Santa
fe como una exhalación.
-¡Aguantá, flaco! -Dice
alguien-.
Una pequeña multitud
rodea al maltrecho cuerpo.
-¡Aguantá que ya están
aquí! -dice otro-
La ambulancia frena junto
al cordón.
-¡Está despertando! –Grita
una señora en bata-
La noche se va en los
ojos de B, lo absorbe todo, el frio asfalto en la espalda ya no le molesta
tanto. Cierta paz, lo deja irse en sueños, apenas siente ya la tibieza del faro
del auto que lo arrolló. Se hunde en el agua profunda. El náufrago llega a su
playa exhausto.
Afuera la noche cobija a
sus ánimas.
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