Hábitos
urbanos.
La hora cercana al mediodía encuentra más gente en el
centro.
Horacio está parado en una esquina tratan de
comunicarse con alguien. Le gusta mirar el puesto de la florista en el centro
de la calle.
Ahí va Alberto, apresurado por ganar el lugar donde le
gusta esperar a Agustina para el almuerzo.
Horacio consigue la comunicación en su celular. La joven
florista mira directo a su rostro.
Recibe en ese momento una llamada Alberto atiende.
El rubio Horacio trata de ubicarse de un lado a otro dentro
del metro cuadrado donde está.
Alberto con el móvil en su oreja responde.
Horacio se inmoviliza al recibir la llamada. La
florista le sonríe.
Con su metro ochenta y cinco el delgado Alberto se
abre camino entre la gente.
El sol otoñal pincela en matices a las distintas
prendas.
Horacio da un giro lento pero definido para quedar
frente al sol. La comunicación la sostiene.
Joven y apuesto Alberto se disculpa cada vez que roza
a una persona. Sin dejar de mirar al
frente como si reconociera a alguien, se quita el saco.
Mira a una señorita delgada dentro de un traje de
sastre. Sin soltar el móvil de su mano, Horacio se compara la altura pegándose
a ella, una cabeza más alta, él sonríe a alguien que lo observa.
Alberto tropieza sobre alguna baldosa floja. No saca
la mirada hacia el frente. Aliviado se para en el lugar que deseaba. Un metro
cuadrado de una esquina donde Agustina lo suele encontrar en este horario. La
vidriera de la librería de textos le devuelve la imagen.
Con la mirada fija al norte de la calle Horacio de vez
en cuando se pone en puntas de pie para ver más entre la gente.
Alberto deja su celular en el bolsillo de su pantalón
y continúa con su mirada sobre las cabezas busca a Agustina.
El sol calienta un poco más a esta hora del mediodía.
En el ambiente se mezclan los olores de fritura, empanadas y café.
Va con los dedos desde la frente a casi la mitad de la
cabeza, Horacio repite este movimiento una, dos, tres y casi una cuarta vez
cuando decide sacarse el saco de color marrón claro como su pantalón.
Alberto de un brazo a otro cambia el saco gris para
estar cómodo. Ve hacia el sur de la
calle en que Agustina se abre paso entre la gente. Él levanta las cejas en
señal de alivio. La gente parece rebotar en cada paso.
Suena el celular de Horacio atiende al instante.
Agustina, con el móvil en su oreja, habla mientras
camina.
Alberto la mirada fija y atento al avance de Agustina
quien baja la mano con el celular.
Horacio observa su pantalla. Vuelve a mirar entre la
gente otra vez en puntas de pie. Ve a la persona y levanta la mano izquierda
para que aquella lo ubique. Parece que si una mujer levanta el brazo a modo de
respuesta, lo mismo hace otra mujer más adelante que la primera y otra más
cerca de Horacio.
Mira la pantalla del celular. Luego lo guarda. Levanta
la cabeza, trata de encontrar entre tanta gente a Agustina, se alivia cuando la
encuentra. Agustina también sobrepasa a las cabezas de quienes la anteceden.
Acomoda la rubia cabellera Horacio, esta vez a ritmo con el de los
otros.
Agustina sonríe al ver que Alberto la espera en el
lugar de costumbre.
Horacio se impacienta al no poder ver a quien busca
encontrar, una manada de hombres altos impide la visión detrás. Se abre la fila
de hombres altos y ahí detecta a una mano a modo de saludo. Se le dibuja una
sonrisa de parejos dientes blancos al joven rubio.
Alberto vuelve a mirar la pantalla,
su figura en la vidriera y ve que Agustina está algo más cerca de él.
Pocos pasos hacia Horacio y Sandra
avanza al encuentro. Él aspira profundo el dulce aroma de las flores.
El olor a fritura, empanadas y café
se acentúa más. Las personas parecen no avanzar y sí permanecer en sus lugares
mientras marcan un ritmo de sube y baja con sus cabezas. El sol da de frente a
los que caminan hacia el norte desde el sur de la calle.
La mayoría con lentes de sol como
los lleva ahora Agustina a pasos de llegar donde esta parado Alberto.
Sandra se para delante del apuesto y rubio Horacio, de su misma altura gracias a los tacos que lleva y le da un beso
en la boca. Horacio responde a tan agradable gesto. La florista solo mira.
Alberto se inclina un poco para
llegar a los labios de Agustina que se saca los lentes para besarlo. Giran
hacia el lado norte de la calle ambos con la mano en la cintura.
Horacio y Sandra se toman de la mano,
giran al sur de y caminan junto a la marea humana.
Alberto y Horacio tres veces por
semana concurren a la misma esquina sin mirarse siquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario