lunes, 27 de agosto de 2012

Roberto Aguilar; así comienza una su novela, agosto 2012


                           La perra negra de la puerta



     ¿Qué hay de la perra negra y sus muertos?

     Ladra en el umbral del afuera infinito.
     Gran perra de ubres caídas. Diste de mamar a los hijos de la miseria, amigos del engaño, violadores, asesinos, ladrones de poca monta, a los uruguayos, paraguayos y bolitas. Despreciaste al blanco teñido de pálido rubio con brillantes anillos y un auto en la puerta. Cobijaste a los negros, mulatos quemados por el sol sobre los trabajos inmundos.
   Bienvenidos a la puerta de madera podrida atada con alambres!  Ya nada hay adentro, la pobreza entre geranios, coronas de cristo, amapolas, madreselvas te podés llevar.
     -¿Quién vive? ¿Qué hay? ¿El dueño está?-preguntan las curiosas de los
hipermercados con sus carritos llenos para el año.
     -Ningún amo estuvo, nadie hay.-
     La perra muerta de hambre espera a la mano amiga de las bolas de aire picada para el día. Antes iba a cazar a la jungla de lustrosa porcelana, ahora se queda en la puerta con el hocico marcado de polvo. Entierra sus penas, su gemido da a la luna. Una gigantografía de las muzzas del pizzero la mira desde enfrente. Ella era madre churrasco para sus huérfanos. Ahora desgrana los astros, caen sus luces en su boca abierta a los millones de viajes del viento y el vacío jugoso de la vida y la muerte-.
     Viene la prostituta sedienta de billetes. Busca el timbre. La idiota en—
cuentra un agujero desde donde sale una rata gris mojada por la lluvia. Lleva un collar con fecha de nacimiento y un nombre: Diana.
     Diana camina por el parque roída por las enfermedades del mundo,
cuando la perra la deja salir. La puta  va a buscar clientes a otra parte.
Los negros no están, los comediantes con dólares falsos tampoco
 


                                                                                                          Atrás,
     los besos, los cariños, el abrazo durante la primavera. Nada de eso que-
da.
     Le toca la desgracia a la perra del asfalto.
    Pero llega la noche como lasonrisa en entresueños de un hueso de su última hora. La acaricia. Entonces, rompe los carteles de todos los lugares. Anda por espacios sin límites.
    Es la omega, la constelación de Tauro. Animal de la gente pobre, cachorra del circo, equilibrista, música del llorar bajo la luna cuando los hijos se van.
    Es la dinámica de las calles, la molienda para todos los condenados de este mundo. Levanta la lluvia, vuelven las gotas a su lagrimal. Con sus patas corre las ventiscas de los días, detiene el tiempo de la noche nula.
     Catadora de colores, aromas de cualquier ciudad. Sos la solitaria sin
bautismo, la huérfana sin edad. Te buscan en los rincones, pero desaparecés en el ritmo bestial de la madrugada.
   ¡Ah trabajos devastadores, embrutecedores! Degollás la infancia y el juego más sutil.
      En su olfato está la experiencia de la buena vida. Vieja sin estaciones
ponzoñosas.
     Ayer, Tarzana, Magda, Cuqui, Napoleona.
     Hoy, las pulgas y el látigo  roen tu piel. Sin embargo, vencés a la ladilla de la sangre corredora. Calor, infierno de dar vueltas y vueltas a tu
cola. La atrapás. Rascas los poros corrompidos por las pulgas parecidas a
 tormentas en el desprecio de los ricos, del racismo chupador de la
hermandad de los huesos.
    Hay heridas en tus órganos a la intemperie. Un nido de pájaros rojos atraviesa tu cuello. Peleas con el insomnio, con el cobarde, con todos los dormidos de esta vida.




Adelante,
              ¿hay algo más audaz que ladrar sobre los dolores sin tiempo ni 
forma a orillas de un umbral abierto a quien ya no está? ¿A quién esperás
perra de la puerta? ¿Es algo hermoso que el rimel de los geranios, al caer
sobre la cadera de tu tierra sin cielo, pinte de larvas tu cuerpo de hembra?
      ¡Ah, perra inmunda, perra aguantadora de los males!, ¡cuándo tendrás descanso! Sin embargo, ¿que habrá sido de ella o de él, quien quiso ser tu dueño, tu amo?
     Iluminas todos los ojos,  las bocas, todas las fatigas, el espanto. Tu mirada abierta a las horas, a los dramas de los espacios. Nadacerrás. Rompés las cadenas, nada de miradas bajas, nada de silbidos en la no-
che.
   ¿Acaso le permitiste al viento, tu amigo, ser jinete de tu lomo? ¿Acaso la muerte te llevó a pastar en los campos? Un nuevo tiempo comienza. La era del acariciador con manos de terciopelo vendrá a llevarte bajo la escarcha, sobre tu voz quebrada por el frío. El silencio los unirá y la ternura también. Mientras tanto, caminás sobre la arena, sobre la arcilla, las torturas y la esclavitud ajena. Dejás huellas, ladridos en la eternidad de la cosecha infernal. Calor de las llamas al hogar sin techo, ni paredes. Hay  pan duro por todas partes, quebrado por dientes postizos. Los depredadores andan cerca. Tu lluvia también. Arrasás con el biombo de la ignorancia sobre el arco iris de los desgraciados. Desterrás la tristeza. Triturás el día y te quedás con la noche negra.
          Negra de agonía, negra de desesperanza, tan oscura por derribar
muros de la discordia, de la pereza sin sueños, de la melancolía.
        Y hay un sol más negro que todas las medianoches juntas. Una sombra  tapa la luna,  una sombra aviva la claridad más lúcida en tus imágenes incalculables.
     ¡Benefactora! No curás. Mantenés despierto a los ojos cerrados a la verdad.  Escuchás hablar todas  las voces a la vez de distintos asesinatos. Escándalos en el umbral.
     Gente levantada por tanta miseria, muerte.
     Ecos y aullidos  largados por la perra de la última puerta.

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