jueves, 30 de agosto de 2012

Nuevos textos de Melisa Ortner, agosto 2012

Mi locura (nadie podría)

Nadie en este mundo podría vivir sin el amor de una abuela sentada en el banco, mientras teje una bufanda del color preferido de los cielos
Nadie, sin las manos puestas en un tarro de dulce de leche
Sin estornudar, tomarse una sopa de letras, sin toser penas de hombres ni haber usado una calculadora.
Sin comerse las uñas y contemplar una hoja en blanco vuelta gris de tanto ser mirada por los ojos bizcos de los demás.
Sin el abrazo de la muerte  por delante de la puerta de tu casa alguna mañana de lluvia y granizo.
Sin el llamado de la tía solterona el día después de que cumpliste años
Sin comer un lemon pie vencido, sin el viento ni las plumas de las palomas engachandas en el aire acondicionado.
Sin los números de goma eva que te preparan en el jardín de infantes, sin tocar el piano, sin  ir al recital de Lennon.
Sin que te duela  el estómago después de comer cuatro mariposas en la cena, sin rascarse la cicatriz los días de humedad
Sin la ensalada de papa y ajo, el chocolate y los colectivos, sin la respiración del perro,
 sin la sorpresa
Sin la sorpresa de encontrarte con la vida sentada en el sillón o adentro de la heladera
La sorpresa delicada de terciopelo en el vestido de tu madre
la sorpresa del horror de las monjas espantadas de tantos brazos congelados en la miel de los cuerpos
las pieles rasguñadas de canciones y  las bocas transpiradas de hospitales sucios de quirófanos blancos pulcros delicados.
la sorpresa de las camas manchadas de azul y de rojo y de naranja, la orquídea vuelta planta venenosa.
las venas hinchadas de clavos de azúcar las ventanas cerradas con sábanas de flores negras de muerte angelical.
El rezo  a la nube con forma de globo aerostático que te lleva bien alto, el grito del bebé estallado de mantas envueltas y jabones sonrientes.
las estrellas guardadas en el cajón del placard, la respiración  trabada en el intento.
la libertad de los conejos acostados uno a uno en el suelo de maíz en el jardín de la casa del vecino mentiroso
la mesa, al hablar con tu gata mientras miran la televisión, los pastos enjaulados de frío
los tiburones en la pileta de la cocina,
la sorpresa las cajas de cemento volando en la cocina, las golondrinas podridas de comer alfajores
los cabellos acariciados por las mujeres violentas que toman sol cuando anochece en los balcones
la vida vestida de negro y peluca blanca con un hacha en la mano y viene hacia mí mientras se ríe y se quiebra de esqueleto de seda
nadie en este mundo podría vivir
sin volverse tan loca como yo.

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