Incendio en sombras, al alba
Un pie en el estribo y
otro en el suelo o en el andén,
el poeta canta y nadie escucha.
A veces en el aire los
gritos de los niños alivianan
los humores del cielo.
Otras,
en la tierra, sus manos
buscan abrigo entre
papeles de diarios.
Hambre, sed y frío. De
cuadra a cuadra
el organillero termina la
tarde sin un peso en la bolsa
Sobre los toldos, piletas
de agua a lo largo de la feria:
Manteros-
gimnastas de la simulación- con una sonrisa
en la boca venden las
mejores linternas para tu noche ciega.
Del otro lado de la
calle, corredores de bolsa, alarmas en los
Bancos por un dólar que no
para. Los ladrones al acecho
rompen salideras de la
injusticia. No hay tiempo para llegar
a ningún lado. Bajo la
lluvia el poeta canta,
nadie escucha.
Se va el tren
Murmullos en la lava, en el fuego de la
discordia, los emplea-
dos del mes y las
princesas arreglan sus cronómetros de ira.
Nadie falta a la cita.
Todos hablan a la vez. Se desprecian
pobres contra pobres, ricos
contra ricos, la cítara, el
violín, charango, ruidos
contra piano roto. Las amas
de casa se apuran a
acomodar, limpiar y lustrar las cosas. Pre—
paran el día eterno sin
sombras. Alguien vomita en la calle, le
duelen las tripas, escupe
palabras que nadie escucha. El incendio
no se apaga. Todos quieren quemar la piel del
poeta.
Asoma
su caballo.
En los teatros al aire
libre bañados por luces psicodélicas, el
músico pregunta a la
muchedumbre de la playa: ‘¿quién está
enamorado?’ Ni una mano al viento.
Sólo espejitos de colores
sobre el mar cielo de una
noche herida por fuegos de artificios.
En la pasarela una
vendedora de humo:
¿Dónde está el poeta?
Ríen y el más
charlatán mea las ilusiones de los negros vendedo res de rosas y los ciegos
frente a las olas. A sus espaldas, el pú-
blico inunda las calles
rumbo al comfort de sus casas. Ale-
gría de culos chochos de estar siempre
sentados. Lejos, sobre el
puente Avellaneda, un loco de la po-
breza trastabilla con el
primer canto de la tormenta. La bruma
de los brarrios grasientos le da en la
cara. Su cuerpo baila bajo la
luz de las estrellas.
¡Ahí vienen
el poeta, el caballo y el tren!
Una mano del atleta en la
paralela, la otra al vuelo de cualquier
mirada. El público
aplaude. Afuera, en la luna, giros en el aire,
la tierra, el cielo, telones
con ríos y mares revueltos, flores hun-
didas bajo el asfalto. Los
desesperados retuercen sus mentes.
Hay gotas de sangre para trabajar. Alguien
pondrá una a-
cuarela al mediodía de
luces rojas y amarillas. El mundo cae
parado. Pájaros gimnásticos
de la madrugada buena alucinan
con una tierra de alas
multiformes. El poeta pinta esto, le pre-
gunta a tu desprecio:
‘¿Ves el viaje de mi sueño? ¡Valor!
Las raíces de los
árboles escuchan crecer tu tronco en la
soledad del espacio.’
Se van los
andenes, los campos y el poeta.
Pero, bajo las sombras de la loca montada al
cielo, el zorzal
sordo a la noche te canta sin que la muerte los escuche.
A
lo lejos,
la
tierra, el caballo, el tren,
las estaciones arden con
música del alba sola.
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