miércoles, 19 de junio de 2013

Otros 500 pasos, un texto de Pedro Astocasa, junio de 2013

OTROS 500 PASOS

                Recorrió otros 500 pasos  y fue testigo de una noche, que no quiso recordar. Solo pensó en el maestro, él enviaría  a su hijo para salvarlo de esa pesadilla. El atardecer se despedía y  la noche lo saludaba.

             143…155…160…, transita los pasos  y mira el cielo, a ver si aclara. El silencio, oscuro,   ni los perros ladran,  no están fuera de casa. Entonces habla solo,  nadie lo acompaña.

 - … No existen los espíritus, si viera uno, quizá sería  mi compañía, ¿no crees?

                El gallo duerme, no es su hora de levantarse. Las casas resisten  a los vientos y al suspenso frío. Mientras, dentro, alguien se cubre el cuerpo y  crea un sol.

                – Maestro, por qué la vida es así. Si ya estoy destinado a morir, por qué morir así-  mira el cielo.

                221...232…243, reposa un momento. Estira su buzo y cubre sus rodillas. Esconde sus manos en posición fetal y lucha por ganarle al tiempo.  Espera el amanecer,  así  verá miradas que podrán alcanzarle un té. Su cuerpo  va a ritmo de toda esa mudez, a ver si alguien  puede escuchar.              
     Un magnífico ser de cuatro patas se encuentra con él. Lo mira fijo, con miedo  y sigue su camino. Él  intenta acercarse pero  ese perro corre asustado y lo pierde de vista.
     La tristeza de la luna contagia  las paredes, sin embargo, ellas son fuertes y  no sufren. Entonces,  esconde aguas  escapadas de sus ojos . Es el único  presente en la obra sin público.  El cuerpo baila al compás del llanto, las luces iluminan el escenario, el silencio anuncia el inicio y él pone a reproducir la cinta.
                Lo abandonaron, nunca le preguntaron qué pensó. Todo lo decidían ellos y, en el medio, estuvo quien no hablaba. Sus padres  se  separaron, nunca supo el motivo, lo intuía y ese fue su primer secreto. Él debió trabajar y llevar adelante su familia. Ya no alcanzaba con madrugar alas 5am. Su madre decidió dejar  ese dolor que lentamente la consumía y  que la volvió más alcohólica.  Aunque ella intentó lo posible por avanzar,  ya no pudo.  Así, despojado de vínculos, él solo deseaba tener a su familia. Sin reproches ni maltratos
     
      Se levanta,  se limpia las pestañas y empieza a caminar (244…). Vuelve a mirar el cielo y  vuelve al Maestro.
                –Maestro,  dicen que, en los momentos más difíciles en tu vida, tú envías a tu hijo, mi hermano,   a sacar del sufrimiento. Maestro, dile que venga, lo necesito ahora.
                3:00am… 3:30am…  sigue yendo, mientras  piensa que su cuerpo va a traspirar  y  a emitir un calor que lo abrigue. Pero no sucede. Una luz se enciende en una vivienda  “quizás sea una señal”, piensa. Espera, frente a  él,  y  esa luz se apaga.
                367…399… 422… camina sin brazos, porque están entremetidos en sus axilas. El poco calor de su cuerpo le provee lo necesario para mantenerse con vida. Se cansa  de la espera. El hijo también se cansa del Maestro. Y pone en práctica lo aprendido en esos días en la calle.
                Ve un camión que lleva arena, cemento y ladrillo. Está estacionado en un portón. Entonces agarra un fierro y un palo y comienza a abrir la puerta. Mira a todos lados, se asegura que no merodee  nadie. Finalmente,  ya  no se interesa si lo ven o no. Abre y entra, cuidadosamente, sin hacer un ruido y siente la suavidad del asiento.
4:30am, los vidrios se empañan y  doblan a juan de un lado a otro. Se despierta  y ya no mira el cielo. Se mira en el espejo retrovisor, acomoda su cabello. Luego, observa sobre el agujero  que hace con sus dedos.  No ve a nadie. Vuelve a acostarse  y esconde toda su piel entre su ropa, así nadie lo ve.
6:30am un desgraciado lo delata  con su quiquiriquí quiquiricá, alguien abre la puerta del camión y dice:
-¿Qué haces acá, hijo de puta, qué me robaste? -le da un golpe en la pierna.
-No robé nada, solo entré porque hace frío.
- Salí de acá, dale, o te cago a trompadas.  Juana, pasame un palo.- llama a su mujer en voz alta.
-Bueno,  no te saqué nada, solo entré,  me acosté y listo.
                Viene una mujer  con un fierro de un metro, aproximadamente.
-Vecinos, vecinos, nos quiso robar  -dice la mujer, mientras golpea las puertas
                Las luces de las casas se prenden y todos salen a chusmear  qué  pasa
-Tanto escándalo hacés, la conchadetumadre, si no te robé nada, solo tenía frío, a ver si lo entiendes. - dice Juan, mientras se aleja y tira la puerta del camión
- Caminá, dale caminá, tomatelá- el hombre sostiene en su mano el fierro que trajo su mujer.
                Los espejos del camión ven que  un vecino se acerca y obstruye el paso de Juan. Lo toma de una mano, mientras la otra espera, con el puño cerrado, la voz de lo demás. Los gritos de reproches, consejos y sermones confunden a la violencia de aquel hombre. Mientras, Juan  observa venir  aquel puño amenazante. Entonces busca en esa sequía un poco de agua, una sola mirada que pueda ver en él un hijo de dios. No encuentra nada en aquellos ojos y agacha la cabeza,  los ojos casi se le hunden en el barro, también seco.
                Un suelo carga el deseo de un sacrificio ante los rostros  armados, como guerreros aztecas. Unas gotas de sangre satisfacen su sed y calma la sequía. Se tiñe de rojo  y desaparece en una sombra. El rayo del sol ciega a los espejos  y estos alumbran a aquella señora que tironea la poca ropa de Juan. Las manos de Juan intentan defender a los espejos de aquellos cazadores sin fortunas. Desprenden  las uñas de la mujer,  que arranca  la tela (sólo esa  tela e se apiadó de él en la noche más fría) y lo lleva lejos de aquella manada. Sin embargo,  el agujero en la espalda  de aquel buzo  ve las marcas del suelo, que guarda las huellas sobre las almas negras reflejadas al sol.

-          Qué mal educado  este muchacho-enrolla su bufanda en el cuello- así  se empieza, se entra en un camión, luego se entra en una casa.
-          Anteayer intentaban entrar en  mi casa y mis perros ladraban tanto que los ahuyentó- Juana señala  el lugar donde entraron
-          ¿Por qué no ladraron ahora, cuando él entró en el camión?
-          Los tengo adentro, afuera hace demasiado frío.
Siguen murmurando la situación. Mientras, de lejos, se ve una sombra venir. Antes, esa sombra  había salido de su casa para encontrarse con ella, su novia, quien ansiosa esperó por su aniversario. Entusiasmado, Martin se probó una y otra vez la vestimenta para aquel encuentro. Compró también un detalle, quiso impresionarla, y gozó de antemano con la imagen de ella sorprendida. Su madre  lo vio y lo retó por cómo iba a salir tan  desabrigado, ya la televisión había dicho que la temperatura estaba demasiado baja. Entonces, ella lo cubrió con una campera y una bufanda. Él había aprendido de sus padres sin discutir y esta vez tampoco discutió. Solo esperó la llegada del padre y le pidió plata. El padre, después de  darle unos pesos, le deseó mucha suerte. La madre lo besó y se despidió. Con su bufanda en su cuello y la sonrisa en su rostro, se alejó de su casa. Unos días atrás había cumplido dieciocho años, ya todo un hombre.
Se dirigió hacia el camión de su padre. Abrió la puerta y sacó unos billetes  escondidos debajo del asiento, luego cerró la puerta. Aunque se olvidó de poner llave, porque se distrajo con aquella sombra  en una esquina, doblándose en varias formas. Asustado, se marchó sin mirar atrás y caminó en una helada noche. El resto resultó, hasta un punto, casi predecible. Se encontró con su novia, fueron a bailar, luego a un hotel y, finalmente, él la acompañó a su casa.



                Regresa a su casa después de dar varios pasos (su novia vivía muy lejos) y se encuentra con aquella sombra. Juan voltea hacia atrás y siente un  temor al ver que más vecinos salen de sus casas.
Dos sombras humanas se encuentran: sin vestimentas, oscuros, sin colores, sus manos son iguales,  no hay nada que las diferencie  ni tampoco  nada las distingue. Solo se cruzan en el camino. Juan mira a Martin cansado y muerto de frío, lentamente se acerca a él, busca en su mirada ayuda. Martin  alarga sus pasos  y agacha su mirada al suelo, un suelo que brilla por una luz, pero a su vez  es cubierto por una alfombra roja. 
La madre de Martin lo ve venir  y lo llama, desesperada, le cuenta que ha entrado un ladrón a robar el camión. Su padre ha descubierto que, aparentemente, el intruso solo quiso guardar  drogas debajo del asiento y fingió querer dormir porque tenía demasiado frío.
                - Vas a tener cuidado con quién conversas, esto es jodido, mirá cómo  ha hecho ese agujero en el asiento. Hay que tomar una decisión, estos roban para la droga.-dice el padre, mientras se acomoda la gorra
                -Pero qué podemos hacer. Yo ya le enseñé a ese pibe y creo que no lo volverá hacer -unos de los vecinos prende otro cigarrillo
                -Si así es este, cómo serán sus padres, seguramente, ya deben estar en la cárcel… o ni eso- dice Juana- por suerte, mi hijo está yendo por el buen camino.
Por un momento el murmuro se hace silencio y el imaginario viste a aquella sombra. Martín solo escucha los comentarios, Otra vecina sale de su casa y comenta que  anoche ,en el noticiero, dijeron: hay que tener mucho cuidado con los menores, porque matan y después salen libres, como si nada,  no hay justicia , todos están desprotegidos.
Los espejos del camión ven a un vecino acercarse. Lo abraza haciéndole cosquillas en la panza. Su padre apoya su mano en los hombros, mientras  la otra mano deja caer el fierro para poder abrazarlo. El resto de las voces son consejos, aliento y orgullo. Confunden al suelo, mientras  Martín observa venir aquellas manos alentadoras. Entonces, busca en ese calor un poco de viento, una sola mirada que pueda ver en él un hijo más de dios. Encuentra todo en aquellos ojos y levanta la cabeza  hacia las sonrisas en los rostros.
                Un progreso es el deseo que carga ese suelo al ver los rostros civilizados, una alegría satisface y calma  el mal momento. El suelo se queda dormido y desaparece de escena. El rayo del sol también se corre y alumbra a aquellas torres de ladrillos. La manada entra a prepararse para sus deberes y Martín entra también a su vivienda. Guarda  las huellas de las almas, pues ya no reflejan la luz del sol. Y Así da sus otros 500 pasos.
                Otros vecinos  se dirigen hacia sus trabajos, se saludan  y algunos más abren los negocios. El sol desempaña lentamente la pared de ladrillo, las luces se apagan y los perros salen a jugar en la tierra. Algunas casas han crecido con los años  y taparon la luz del sol. En un pasillo-  en un rincón-  un círculo de luz ilumina como luz de escenario cuando presenta a su público y a sus actores favoritos. Juan se acerca a esa luz “esta es la señal” piensa, y se abriga con ese calor junto con su sombra. Trata de completar  su sueño: sus otros 500 pasos van cumplidos.

 Pedro Astocasa



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