Cansancio.
Cuando Marcelo llegó al campo luego de larga
travesía, el corazón le daba saltos. En la entrada del pueblo el camino de
asfalto se corta en el ripio como un adiós; el aire se mezcla con los aromas de
las hierbas que bordean el río, son imágenes
de un paraíso -se le ocurrió.
No más violencia, no más discusiones con el
jefe -pensó y sonrió al recordar: los viajes en colectivo, la ciudad atestada, los
rostros mustios de la oficina, la carrera sin línea de meta. Se cansó un día de
todo aquello, pensó hasta en matarse, pero ya vivía asfixiado.
Así huyó Marcelo, con lo puesto, como los
presos, solo con su mochila.
Entró al pueblo a paso firme, en una mañana
de cuento: el campo se extendía infinito y verde, igual en los afiches de la
ciudad, el rocío colgaba en infinitas gotitas atravesadas por el sol.
Lo primero que vio fue la plaza principal,
donde el pueblo parecía reunido en torno a un algarrobo, ¿una festividad tal
vez?, pensó. Se acercó despacio, como quien entra en casa ajena.
El corazón volvió a agitarse.
De una rama, una cuerda; ahorcado, el maestro
de la escuela.
-Se cansó -dijo alguien en alpargatas.
Camino al albergue, Marcelo sintió que la
mochila le pesaba.
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