De ausencias y otras yerbas
1
Me siento contra el sol del mediodía. Bajo
los gomeros. El brillo de las hojas corre las líneas de los brazos, las
piernas, mi cara hacia las sombras.
2
Fue un destello, un fulgor del cielo. No sé
si un rayo de sol, de tormenta o la caída de una estrella furtiva la que te sacó
de mi lado.
3
Por la mañana oigo cantar al ruiseñor.
Después al silencio. El cazador lo
busca al mediodía. En la tarde veo los jilgueros en la jaula. Por la noche, el
trampero les arranca
los ojos. El sol no
se pone nunca. Los machos, siempre en celo, llaman a las
hembras. Nunca aparecen. Finalmente el crepúsculo y yo nos enloquecemos por el
alba.
4
Las aguas heladas crean monumentos eternos
sobre el
glaciar Perito
Moreno. No muy lejos, llueven cenizas de un volcán. Nadie habita el sur. Los
pocos caminantes son enterrados vivos.
Una mujer cruza la 9 de Julio con
auriculares en las o-
rejas. Escucha las
noticias. No deja pasar un instante que
ya desatiende las
palabras. Salta a otra estación. Ruidos: La estación del ciudadano solo.
5
‘¿Cómo decir adiós tres meses antes de
partir?
La agonía del que
recibe la noticia es tan larga como la
muerte. Quien se va,
bien, gracias.’ Le dijo la piedad a la
hija rica del
desamor.
6
¡Cómo cambian los tiempos! La crueldad
siempre fue moneda corriente: ahora ella le dijo a él, cuando abrió la
puerta de su dormitorio, en plena madrugada de invierno: ‘Mi amor, salí a cazar
mariposas, pero me olvidé de traer la red.’
7
Los músicos de la legua van por los
caminos. Saltan los ríos, vuelan con las golondrinas de primavera en primavera. Cruzan las
ciudades congeladas. Se sientan a orillas del mar a
escuchar el aplauso eterno del eco de las
cavernas.
8
Fui
al teatro con mi madre. Nunca entendí por qué los
espectadores se
aplaudieron así mismos y los actores reci-
bieron todos los
silbidos. Por qué se sacaron los zapatos y
los tiraron todos
contra todos bajo una guerra de salivazos. Mientras tanto, los niños salieron a
la calle, se sentaron solitos, uno lejos del otro, a esperar y sentir la lluvia
caer.
9
Me siento mal. Estoy perdido. Una
catarata de lágri-
mas desmaya e inunda
los sentidos. Me siento con mal de ausencias, pero vino un ángel y se puso a
nadar en mi río.
10
Bajo las cúspides de los edificios las
ventanitas se
abren hacia abajo.
Desde arriba, sobre la terraza, se ven
hormigas por todas
partes. La luz de sol o de luna me a-
compaña. Soy el eterno
demiurgo sentado solo a la vera
de la creación.
11
Detrás de mi espalda, la nada.
12
Puedo ahora escribir los versos más
tristes esta noche:
Ella se ha ido.
Ella no se fue.
Ella nunca estuvo.
13
¿Cómo puedo hacerle entender al pichón de
gorrión, que su madre ya no está, Edith Piaf murió y que mis brazos no son
astas o guadañas, sino alas para bajar del cielo?
14
Conozco muchos secretos. Esta noche mato
al suici-
dio con un enjambre
de jengibre, limón, vinagre y unas
gotitas de sulfuro
para que la plata, escondida dentro de
mi pecho raquítico,
brille en los escaparates de las tiendas de moda. ¿Alguien lo verá? ¿Alguien me
comprará?
15
Los vivos me abandonaron, los muertos
rompieron
mi silencio, los
dioses me maldijeron. Ahora odio, grito,
escupo a nadie,
contra nada. En el resplandor de las sombras, busco pelos
largos, rubios, negros, rojos, polvo de
flores. Algo
encuentro. Me maquillo y beso las bocas de todas las deformadas de este mundo
sobre la eterna penumbra.
16
Ninguna virtud se hizo para mí. Soy de
los mediocres
para abajo, los de
más abajo. Llevo y uso un cuchillo de doble hoja. Me dedico a disecar y
embalsamar cadáveres.
Amo verlos vaciados
de órganos. Los rellenos con mate—riales especiales. Llegará un día, si alguien
me ayuda, en
que desmayado vaya a
parar dentro de uno de ellos. Luego
despierte, y con su
boca, mi boca, mate a los restos de las
mellizas, melancolía
y nostalgia, con una maldición de mi
tataratatararetardadaabuela.
17
Días menos, días más, el terror ocupó y ocupará el lugar de las
ausencias.
18
Soy un monstruo. Solo, para crear más
destierro.
19
De demiurgo a destructor. Del más acá,
del más allá.
No hay punto medio.
20
Creo haber contado las soledades y los
infinitos aban-
donos como las
pelotitas de un rosario. Pero no me quedé con ninguna. Sin embargo, los
castillos de arena cayeron sobre mí, y mi alma perdida y mi amor sin edad, y
las palabras, silencios,
lágrimas, cenizas calientes de los volcanes, la escarcha, el fuego de los
muros y los pájaros con el
canto bajo los
escombros.
21
Soy el que no soy. Estoy siempre donde
vos no estás.
Huelo desapariciones.
No te invoco. Olvido. Recorto tu presencia.
22
El viento se olvidó de borrar las
huellas de mis manos
sobre los cadáveres.
23
Soy de fuego. Conozco el comienzo de las
tragedias,
el final de las
felicidades. ¿Pero a quién le importa?
24
Los perfumes exquisitos vinieron a mí
desde unas flores. Olían a rosas y a jazmines. Pero elegí una sin aroma. Me
acerqué a ella. Al principio fui devorado por su corola. Al final, me convertí
en el fuego, en el calor de su sombra.
Bellísimo, Roberto. Me encantó!
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