martes, 11 de junio de 2013

Acordes libres, un cuento de Santi Tombetta, Junio de 2013


ACORDES LIBRES


Minimalistas… la re puta madre…, ¿por qué conozco ese nombre? ¿Y por qué sé que es una banda?”, pensó Humberto, frustrado frente a la computadora. Concentradísimo, leía un artículo sobre la banda. Sin prestar atención a la ventana abierta que congelaba el cuarto entero. El monitor de LED recién estrenado estaba frío como sus manos sobre la mesa negra de la computadora. Google, YouTube, Twitter, Facebook, nada. Ni avisos, ni noticias. Ni siquiera un “por qué” él conocía hasta los nombres de los temas, no canciones, sólo nombres: “La Dama”, “Tinta Nueva, etc. Los rizos de su negra cabellera se le enrulaban más todavía delante de sus anteojos de marco tipo sheriff, ante el tema que lo volvía loco, la banda conocida desconocida.
El tema pasó a ser más obsesión, llegó a encontrar notas en portales de música, pero nunca canciones. En los bares, por lo general conchetos, de estilo Plaza Serrano o Cañitas, nunca se acordaban de esa banda, ni podían dar información vital sobre ella. Hasta que un día, Humberto se cruzó con Elizabeth, una morocha de pelo ondulado, no más de metro setenta, no gorda, pero polenta, de nariz respingada. Ella se acercó al buscador de la banda fantasma:
 –Disculpá que te joda, pero te escuché recién hablar con el dueño del bar y le preguntaste sobre Minimalistas-  ella, con su voz atrapante, que resaltaba dentro del bullicio del bar en Barrio Norte.
 A Humberto se le llenaron los ojos de esperanza, pensaba que tal vez ese era su día de suerte, se enteraría de qué carajo se trataba esa banda fantasma.
  - ¿Sabés quiénes son esos Minimalistas? Porque ya perdí la cuenta desde hace cuánto intento averiguar quiénes son- agregó ella, mirando a su alrededor, al excéntrico bar lleno de vinilos y tapas de discos de bandas extranjeras colgadas en la pared y techo. El atisbo de esperanza de nuestro poco afortunado protagonista se desdibujó, pero no del todo, había encontrado una compañera en su solitaria cruzada. Y le respondió , entre risas:
 -No puedo creerlo, no soy el único, estoy como un loco intentando averiguar ALGO sobre ellos. Conozco nombres de temas, lugares donde tocaron y algo de su historia, pero nunca encontré una canción o alguien que me pueda hacer algún comentario, más allá dede extraños en Facebook o Twitter-
Así pasaron toda la noche entre carísimos tragos y charlas sobre sus “adelantos” y, sobre todo, fracasos en sus búsquedas. Él se ofreció a llevarla a la casa luego de la agradable noche.
 -Gracias, pero estoy en auto- antes de dejarle anotado su número de teléfono en una de las servilletas. Alejándose así con un andar que provocaba a los hombres  dar la vuelta y subirse a su 306 modelo 2008.
Humberto y Elizabeth se vieron, rápida e inesperadamente, atraídos el uno por el otro. S u obsesión por el extraño acontecimiento de la banda era ya rara vez mencionada, solo una jugarreta que el mundo, cuasi real, de las redes sociales les había jugado. Habían descubierto muchísimas otras cosas en común. Hasta les asustaba por momentos ser tan parecidos: tipo de sangre, año y fecha de nacimiento (los dos de 35 años, nacidos un 5 de abril de 1978) y el hoyuelo en las peras que ambos tenían.
Una noche, como cualquier otra en la que salieron juntos, Humberto tiró el chiste-comentario que ninguno de los dos se animaba antes a nombrar:
  –Mirá si  en realidad somos hermanos mellizos, no gemelos porque no somos iguales “iguales” de cara-                                                                                                                                                     
-Callate, boludo, después de todas las chanchadas que hicimos sería tremendo eso- respondió Eli, sin saber si horrorizarse o reírse era lo más adecuado.
El elefante en la sala no se volvió a nombrar, hasta que al año de su primer encuentro, en busca de la banda redsocialera (apodo que le habían puesto entre los dos) Elizabeth fue a la casa de Humberto sin previo aviso y con un sobre en la mano. Beto (como Eli le decía cariñosamente) la hizo pasar al comedor y se sentaron  en la mesa, ella con unos ojos muy serios, que pocas veces Humberto había visto, le dijo:
–Humbert, tenemos que hablar. Acá tengo este papel con el turno para ir  al banco de sangre para  exámenes de identidad-.
 –Waw- fue lo máximo que las cuerdas vocales de Humberto pudo emitir. De repente una nube tapó el sol, el amarillo clarito del comedor diario se oscureció y el viento tumbó uno de los portarretratos que estaban en el mueble del teléfono junto a ellos, haciendo que Eli saltase en la silla. Ambos quedaron sentados en silencio, viendo el turno para ir al banco a extraer la sangre.
-¿Cuándo es el turno?-alcanzó a decir, todavía sin  conexión a tierra.
-Mañana a las 8am, antes de tu horario de laburo, por eso lo saqué yo. Además vos todavía no sabés mis horarios- terminó medio en chiste medio en reproche.
-… ni te preocupes en consultarme, total es solo para vos, ¿no?- Se atajó violentamente Humberto. –No podés tomar la decisión de sacar turno para esto así, no es ir al dentista. Y además ¿Qué carajo hago si da positivo? ¿Qué hacemos si da positivo?- Culminó, casi tirando la silla por la violencia con la que se levantó y dirigiéndose al balcón por la puerta de la cocina, donde siempre encontraba paz entre tantas plantas, la calma y el silencio del piso 35.
Eli se encogió de hombros y cerró los ojos, confundida y apenada, sabía que él se iba  a enojar. No pudo siquiera mirarlo. Se levantó cuidadosamente de la silla de acero con almohadones verdes manzana y fue a recostarse a su sillón favorito, el marrón, sin más nada que acotar.
-Perdón, Negra, no quise reaccionar así de feo, estuviste bien en sacar el turno, pero deberías haberme dicho primero, yo salté mal, aunque vos tampoco deberías haberme pasado por alto así- Le dijo mientras entraba al departamento por la puerta del living que daba al balcón y se acostó en la “L” del sillón, junto a ella, y empezó a buscar el control remoto con la vista.
-Ya sé, Betito, perdóname, fue un arranque de locura, escuché el anuncio en la radio y ni lo pensé, cuando reaccioné ya estaba hablando con la secretaria y no pude parar. Pero tenés absolutamente toda la razón, fue mi error y te pido disculpas- Le decía mientras le acariciaba y le dibujaba círculos con los dedos en el cabello.
-Ya está, tirémonos de cabeza a esto y nos lo sacamos de encima- “¿donde carajo quedó el control?”, pensaba mientras terminaba su frase. “Por algo mandé a hacer este sobrecito que cuelga del costado del sillón, ‘ta madre que me parió”.
Así quedaron los dos en silencio, ella sentada y el casi acostado, mientras zappeaban en la tele, por varios infinitos minutos, sin siquiera tomar el mate que había cebado Humberto. “¿Por qué mierda me habré cruzado con la banducha Minimalistas en Facebook?, ¿no podía seguir viendo videos de INXS?”, pensaba en forma de reproche sin siquiera prestar atención a los canales que pasaba o al pedido de Eli de dejar alguna película.
-¿Te querés quedar a dormir, Eli? Se hizo tarde y no quiero que andes por ahí sola. Y la verdad  no da dormir solo y menos ir a laburar mañana.
-Sí, dale, dale, yo tampoco tengo ganas de estar sola justo ahora, igual, camas separadas, por favor- rió tímidamente ella.
-Jaja, ni lo menciones, así no la yeteamos, vos mi cama, yo me traigo unas frazaditas acá al sillón, que la rompe- le sonrió comprensivo Humberto. 
El momento más oscuro de la noche pasó, dejó el escenario a una mañana con nubes negras, cargadas de agua. En el auto el silencio avanzaba hacia el banco de sangre. Cada uno se extrajo sangre y luego partieron en direcciones opuestas. Humberto se dirigió al subte “A” en, Rivadavia, mano al centro, hacia el trabajo y Eli, en auto a su casa, se había tomado el día libre.
Beto, en el  trabajo, sólo físicamente. Sentado en su cubículo, paredes de yeso de metro cincuenta, pierna izquierda en punta de pie repiquetea violentamente contra el piso, sus marcados rizos, fito-paezianos, con menos definición que “240pixels”, y sus ojos, clavados en el monitor. Minimalistas, de nuevo se divisaba entre sus cejas. Información, fechas, historia, todo y nada a la vez.
Elizabeth en su casa, carcomida por nervios, intenta ordenar su estudio, lleno de papeles, carpetas, no lo soporta más, pega un portazo y sale a la calle. La ceguera la lleva inconscientemente al bar donde conoció a Humbert. Son las diez de la mañana, pero la situación aprueba el Jack On The Rocks. Sentada, con el vaso dibujándose en la córnea de su ojo izquierdo, mira a su alrededor. Entre tanto cuadro de bandas y posters hace foco en un aviso. “Esta noche, Minimalistas”. No da crédito a sus ojos, se termina el bourbon de un trago, se calma un poco. El tema de la banda está algo gastado en ella pero, sin duda, esa misma noche ella se haría presente en el lugar.
De un arranque cuasi claustrofóbico, Humberto huye de la oficina. Evita el subte y se toma el colectivo. En el viaje siente vibrar la pierna, agarra el celular y lee desconcentrado un mensaje de Eli. “Esta noche, Minimalistas, en el bar donde nos conocimos”. Su desinterés no desaparece del todo. Intenta llamar a Eli unas tres veces, pero le da ocupado. Seguramente la verá a la noche en el bar. Respira aire fresco en la ventanilla del colectivo y al final llega a casa. Sube en el ascensor,  casi que aguantando su respiración y se tira en el sillón, donde duerme toda la tarde.       
Después de una mañana movida, a pesar de no ir al trabajo, Eli ha logrado tranquilizarse y pasa la tarde escribiendo en su casa, ya con la compañía de un buen pesado café negro. Aparta la vista del monitor y lo nota: es lo único que alumbra el living, ya son las 7 de la tarde y quiere pegarse una ducha antes de ir al bar.

Humberto se despierta a las nueve de la noche, justo para lavarse la cara, tomarse un whiskey y salir. Antes de salir, nota el portarretrato caído boca abajo en el mueble, lo levanta, mira la foto con un atisbo de melancolía, lo deja y se va. Cuando llega al bar le parece raro no verla por ningún lado a Eli, la llama dos veces y sigue dándole ocupado. Se lleva la mano a la pera, qué extraño. Levanta la vista y divisa a sus compañeros, se cuelga la guitarra y arrancan a tocar.

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