¿Por qué no se quedan?
La
idea fue de Ángela. Había que juntarse
temprano, propuso, así no nos vamos tarde, e hizo una cena como solo ella solo
sabe hacer: arroz con mariscos, bien regados con unos buenos vinos. ¿Qué más? Es
sábado y estamos todos jubilados,
mañana podemos levantarnos a la hora que queramos. A mí encanta que vengan mis
amigos a casa, son matrimonios, yo soy solo y eso solo de juntarnos es fiesta. Ahora, si algunos
sabores y el vino nos acompañan, la pulsión a extrañar no encuentra obstáculos: como pájaros adiestrados, los recuerdos se
amontonan en supuestas cornisas de inexistentes edificios, creados en los laberintos de
esta memoria compartida.
¿Por qué temprano?
Con Eusebio y Aída, Ángela y Carlos,
Eduardo y Mónica nos conocemos desde hace más de 35 años. Hay un punto de
encuentro, desde más atrás de los años
70; una militancia política que se resiste a entrar en un cono de sombra e,
insensiblemente sin registro cierto, a desaparecer sin dejar rastro. Nos arrastró
una ola que, como un huracán, envolvió
al planeta, una mística devaluada de lo
que no fue. Estos encuentros son una barrera natural contra el olvido.
Ninguno de nosotros participa
activamente en militancias hoy, pero no vivimos solo de recuerdos, estamos muy
atentos de la política actual. Alguno ha repartido su tiempo en
cursos de teatro, talleres de sociología, clases de música, talleres de literatura. Todos sabemos que ese
fuego que nos quemaba no va a volver. Han pasado casi cuatro décadas, casi el
doble de los veinte del tango. Veinte años no es nada, pero casi cuarenta es un
toco y nos duele en el alma, porque nosotros nos entregábamos en cuerpo y alma. Los
que partieron y el devenir de la derrota
nos dejaron un gusto amargo y a la vera del camino. No todo está
perdido. Sin utopía, nuestro grupo y los grupos hermanos hubiéramos quemado las
naves, sin embargo, nos reconocemos en
que alguna razón nos asistía y en que algo habremos hecho.
Nos
mueve un afán de no perder el pulso de la política, una llamita que durante
décadas se ha mantenido más viva en la soledad de nuestro grupo. Es como una
religión, con sus exigencias de ritos y creencias y la simbología que nos
pertenece y nos identifica. Estar atentos, meramente informados, reunirse, discutir: ése ha sido el denominador común de
esta amistad .
Desde el 24 de marzo que no nos juntábamos y
yo necesito como el agua de estas
reuniones. Aquello que en años fuera mi
elección por la militancia, esa
gimnasia, no es posible en el modo de
otras disciplinas, como en la escritura
o en cualquier arte. Estos oficios se pueden practicar en solitario, sólo se
validan a través del otro. Nosotros, ya
sea en forma de debates, o programando actividades colectivas, siempre necesitamos
validar la palabra entre compañeros. La
palabra - una herramienta fundamental, cuya función principal para aquella
generación fue siempre desarmar el
discurso de la derecha- , la palabra es para todos nosotros,- miliante-parlantes - una condición sin ecuanon, el ejercicio a contra discurso
hegemónico.
Algunos más que otros u otras, todos seguimos
siendo unos apasionados en el debate. Con la presencia de Eusebio, las confrontaciones son más ordenadas, a veces media para que el agua
no llegue al río y terminemos ofuscados.
No
hay evaluación de las distintas posturas, son todas respetables o no tanto,
pero la que es presentada con cierto grado de elaboración y coherencia, quizás,
esa noche, se lleva las palmas. Nos mantenemos al margen de la dinámica de la
praxis política y congelados en el
tiempo.
Casi seguro esto que
nos pasa a este grupo de mendocinos debe ser el denominador común de autodefensa.
Así reaccionamos, trasplantados a Bs As
por esa fuerza mayor traicionera
y violenta que castigó sin cuartel, a toda una generación. Nos obligó como
desterrados a las semiclandestinas juntadas, a las mismas cantatas, a los
mismos duelos. La imperiosa necesidad de
encontrarse de patrullas extemporáneas de esa juventud setentista devenida en
grupetes forzados a veteranos. Deben, con seguridad, existir grupos de amigos
que han sobrevivido merced a esa cultura de una amistad forjada al tibio
calor de añorar las ausencias. La inercia Ahora mezclamos
lenguajes más viejos con nuevas consignas, tiempos viejos y nuevos tiempos. Algo
quedó a la deriva... “La lucha”. Es un
sentimiento continuo, como una justificación de lo que se hizo, lo que se hizo
mal o lo que se dejó de hacer. Entremezclados los acontecimientos del pasado, como
estribillos que, cada tanto, en una canción se repiten, renacen.
Muchos motivos
me atan a esta vida, el amor de mis hijos ya grandes, mis nietos. Pero la
reunión con los amigos es irreemplazable. Esas prolongadas charlas, vinos de por
medio, donde hemos llegado a
perfeccionar las imágenes de nuestra retentiva como si de álbumes de fotografías se tratara, nos
parecen intactas. Una escena mencionada
de aquellos tiempos nos remite a otra imagen y así los recuerdos caen como
piezas de dominó. Sé que no todos vivimos con la misma intensidad, me reconozco juntada- dependiente, nunca
quiero que estas reuniones terminen. En esas noches me nace una amabilidad y un
don de gente que no me surge en la vida cotidiana, anodina, que yo llamo “vida
común”
¿Qué
tienen que hacer?, quedémonos un rato más, demostrémonos a nosotros mismos que
no estamos viejos. Pero mi prédica cae en saco roto. Juntarse es lo mejor para
mí, no quiero que se vayan cuando están en mi casa. No me llevan el apunte y al
final todos se van. Digo se van. Pero, cuando algunas de esas reuniones no se
hacen en mi casa, yo también me tengo que ir. Sin embargo, en esas
circunstancias, poco insisto. Algunas se hacen en lo de Eusebio, en lo de
Eduardo, aunque la mayoría sabe que mi casa siempre está disponible.
Se advierte que los tiempos cambiaron, pero el tiempo biológico no nos impide
juntarnos. Todos estamos bien de salud, Ángeles superó un cáncer con una
lucha en la que mostró esa fibra que la movía en los años de terror.
A todos los años nos están persiguiendo.
Es una de las cosas absolutas que existen. De pronto, los momentos se estiran
cuando ventilamos las vicisitudes de nuestras cotidianidades.
Voy
como autómata en la vida, de este Bs As ajeno. Bs As me atrajo cuando joven,
como la luz a los bichos. Muy contradictorio todo, 40 años y no me he adaptado.
Sin embargo, cuando me junto con los
amigos, nunca sin rememorar a mi tierra- Mendoza- revivo.
Jamás nos separamos si la charla es acalorada. Tiene un plus, una adrenalina.
A algunos los cansa, especialmente a las mujeres del grupo, que han salido
bastante polemistas.
Insisto en no dejar la cosa allí, pero la rueda del tiempo no se detiene.
La realidad inexorablemente nos llama. Nos
despedimos y, si alguien se acuerda de algo importante y trágico en
relación con los tiempos pasados, la conversación se corta, nadie habla, la
charla se amortigua como un adagio, el ritmo se detiene. He percibido rodar
alguna lágrima, que amerita una nueva
interpretación de momentos intensamente vividos. Luego se vuelve a la misma dinámica.
Es tiempo de descuento, reiteramos el saludo una y otra vez, sin que nos demos cuenta. Con
ese fundamentalismo heroico, el saludo se nos presenta como una saga.
Eusebio
y Aída, Carlos y Ángeles, Mónica y Eduardo se van. Los platos y copas quedan como están, mañana me
ocuparé. Me doy por satisfecho, las últimas
reformas de mi casa les han gustado. Me
voy dormir, apago la luz y, como siluetas petrificadas en la oscuridad del living, flotan en mi cabeza las figuras de
los que estaban.
Algo brilla sobre la mesa, es el metal
de la férula del brazo medio roto de Aída,
que siempre algo se olvida.
Sé
que habrá otras reuniones. Todos viven
con sus esposos o esposas,
yo vivo solo.
|Pero, pucha, che, ¿por qué no se quedan?
No hay comentarios:
Publicar un comentario