lunes, 5 de mayo de 2014

¿Por qué no se quedan?, por Juan Carlos Pedot, mayo de 20014

¿Por qué no se quedan?


         La idea fue de Ángela. Había que  juntarse temprano, propuso, así no nos vamos tarde, e hizo una cena como solo ella solo sabe hacer: arroz con mariscos, bien regados con unos buenos vinos. ¿Qué más?  Es   sábado y  estamos todos jubilados, mañana podemos levantarnos a la hora que queramos. A mí encanta que vengan mis amigos a casa, son matrimonios, yo soy solo y eso solo de  juntarnos es fiesta. Ahora, si algunos sabores y el vino nos acompañan, la pulsión a extrañar no encuentra obstáculos:  como pájaros adiestrados, los recuerdos se amontonan  en  supuestas cornisas de inexistentes  edificios, creados en los laberintos de esta  memoria compartida.
         ¿Por qué temprano?

         Con Eusebio y Aída, Ángela y Carlos, Eduardo y Mónica nos conocemos desde hace más de 35 años. Hay un punto de encuentro, desde  más atrás de los años 70; una militancia política que se resiste a entrar en un cono de sombra e, insensiblemente sin registro cierto, a desaparecer sin dejar rastro. Nos arrastró una ola que, como un huracán,  envolvió al planeta, una mística  devaluada de lo que no fue. Estos encuentros son una barrera natural contra el olvido.

         Ninguno de nosotros participa activamente en militancias hoy, pero no vivimos solo de recuerdos, estamos muy atentos  de la política  actual. Alguno ha repartido su tiempo en cursos de teatro, talleres de sociología, clases de música,  talleres de literatura. Todos sabemos que ese fuego que nos quemaba no va a volver. Han pasado casi cuatro décadas, casi el doble de los veinte del tango. Veinte años no es nada, pero casi cuarenta es un toco y nos duele en el alma, porque nosotros nos entregábamos en  cuerpo y alma.   Los que partieron y el devenir de la derrota  nos dejaron un gusto amargo y a la vera del camino. No todo está perdido. Sin utopía, nuestro grupo y los grupos hermanos hubiéramos quemado las naves, sin embargo, nos reconocemos en  que alguna razón nos asistía y en que algo habremos hecho.

         Nos mueve un afán de no perder el pulso de la política, una llamita que durante décadas se ha mantenido más viva en la soledad de nuestro grupo. Es como una religión, con sus exigencias de ritos y creencias y la simbología que nos pertenece y nos identifica. Estar atentos, meramente informados, reunirse,  discutir: ése ha sido el denominador común de esta amistad .
          Desde el 24 de marzo que no nos juntábamos y yo  necesito como el agua de estas reuniones. Aquello que en años  fuera mi elección  por la militancia, esa gimnasia, no es posible  en el modo de otras disciplinas, como  en la escritura o en cualquier arte. Estos oficios se pueden practicar en solitario, sólo se validan a través del otro.  Nosotros, ya sea en forma de debates, o programando actividades colectivas, siempre necesitamos validar la palabra  entre compañeros. La palabra - una herramienta fundamental, cuya función principal para aquella generación fue siempre desarmar  el discurso de la derecha- , la palabra es para todos nosotros,-  miliante-parlantes - una condición sin ecuanon, el ejercicio a contra  discurso hegemónico.

          Algunos más que otros u otras, todos seguimos siendo unos apasionados en el debate. Con la presencia de Eusebio,  las confrontaciones son  más ordenadas, a veces media para que el agua no llegue al río y terminemos ofuscados.

         No hay evaluación de las distintas posturas, son todas respetables o no tanto, pero la que es presentada con cierto grado de elaboración y coherencia, quizás, esa noche, se lleva las palmas. Nos mantenemos al margen de la dinámica de la praxis política  y congelados en el tiempo.

          Casi seguro esto que nos pasa a este grupo de mendocinos debe ser el denominador común de autodefensa. Así reaccionamos, trasplantados a Bs As  por esa  fuerza mayor traicionera y violenta que castigó sin cuartel, a toda una generación. Nos obligó como desterrados a las semiclandestinas juntadas, a las mismas cantatas, a los mismos duelos. La imperiosa  necesidad de encontrarse  de patrullas extemporáneas  de esa juventud setentista devenida en grupetes forzados a veteranos. Deben, con seguridad, existir grupos de amigos que han sobrevivido merced a esa cultura de una amistad forjada al tibio calor  de añorar  las ausencias. La inercia Ahora mezclamos lenguajes más viejos con nuevas consignas, tiempos viejos y nuevos tiempos. Algo quedó  a la deriva... “La lucha”. Es un sentimiento continuo, como una justificación de lo que se hizo, lo que se hizo mal o lo que se dejó de hacer. Entremezclados los acontecimientos del pasado, como estribillos  que,  cada tanto, en una canción  se repiten, renacen.

Muchos motivos me atan a esta vida, el amor de mis hijos ya grandes, mis nietos. Pero la reunión con los amigos es irreemplazable. Esas prolongadas charlas, vinos de por medio, donde hemos llegado a  perfeccionar las imágenes de nuestra retentiva como si de  álbumes de fotografías se tratara, nos parecen  intactas. Una escena mencionada de aquellos tiempos nos remite a otra imagen y así los recuerdos caen como piezas de dominó. Sé que no todos vivimos con la misma intensidad,  me reconozco juntada- dependiente, nunca quiero que estas reuniones terminen. En esas noches me nace una amabilidad y un don de gente que no me surge en la vida cotidiana, anodina, que yo llamo “vida común”
         ¿Qué tienen que hacer?, quedémonos un rato más, demostrémonos a nosotros mismos que no estamos viejos. Pero mi prédica cae en saco roto. Juntarse es lo mejor para mí, no quiero que se vayan cuando están en mi casa. No me llevan el apunte y al final todos se van. Digo se van. Pero, cuando algunas de esas reuniones no se hacen en mi casa, yo también me tengo que ir. Sin embargo, en esas circunstancias, poco insisto. Algunas se hacen en lo de Eusebio, en lo de Eduardo, aunque la mayoría sabe que mi casa siempre está disponible.

          Se advierte que los tiempos cambiaron,  pero el tiempo biológico  no nos impide  juntarnos. Todos estamos bien de salud, Ángeles superó un cáncer con una lucha en la que mostró esa fibra que la movía en los años de terror.
         A todos los años nos están persiguiendo. Es una de las cosas absolutas que existen. De pronto, los momentos se estiran cuando ventilamos las vicisitudes de nuestras cotidianidades.

         Voy como autómata en la vida, de este Bs As ajeno. Bs As me atrajo cuando joven, como la luz a los bichos. Muy contradictorio todo, 40 años y no me he adaptado.  Sin embargo, cuando me junto con los amigos, nunca  sin rememorar  a mi tierra- Mendoza- revivo.

         Jamás nos separamos si la charla es acalorada. Tiene un plus, una adrenalina. A algunos los cansa, especialmente a las mujeres del grupo, que han salido bastante polemistas.
 Insisto en no dejar la cosa  allí, pero la rueda del tiempo no se detiene. La realidad inexorablemente nos llama. Nos  despedimos y, si alguien se acuerda de algo importante y trágico en relación con los tiempos pasados, la conversación se corta, nadie habla, la charla se amortigua como un adagio, el ritmo se detiene. He percibido rodar alguna lágrima, que amerita  una nueva interpretación de momentos intensamente vividos. Luego se vuelve a la misma dinámica.
 Es tiempo de descuento, reiteramos el saludo  una y otra vez, sin que nos demos cuenta. Con ese fundamentalismo heroico, el saludo se nos presenta como una saga.

         Eusebio y Aída, Carlos y Ángeles, Mónica y Eduardo se van. Los  platos y copas quedan como están, mañana me ocuparé. Me doy por satisfecho,  las últimas reformas de  mi casa les han gustado. Me voy dormir, apago la luz y, como siluetas petrificadas en la oscuridad del living, flotan en mi cabeza las figuras de los que estaban.
         Algo brilla sobre la mesa, es el metal de la férula del brazo medio roto de  Aída, que siempre algo se olvida.

         Sé que  habrá otras reuniones. Todos viven con sus esposos o esposas,
yo vivo solo.
         |Pero, pucha, che, ¿por qué no se quedan?

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