La Farolera
Agujeros. Destrozos del tejido.
Los niños dicen: - esa tierra es el lugar predilecto para el juego. Barro, cañas, piedras. Tuneras, moras y una
higuera devota. Bichos bolita a la
sombra de la humedad, tomates sembrados por el Nono. Fin del juego. Lo anuncia
el televisor en blanco y negro. Su madre llama con un grito aterrador. La mesa
está servida y las papas fritas no alcanzan a saciar a los mocosos. La calesita
ahoga sus sortijas y desvanece
la
música.
Tiesa de náuseas,
mareos y
tortícolis. Alucina con momias a los pies de su cama. Los fantasmas
dibujan en la ventana, invitándola a perderse en el hoyo. El aire mortecino
infla las sábanas, ahora son un globo aerostático que la conduce a explorar el
túnel.
Dicen: tenía cinco años en el 76, sus
sentidos inquietos, toda ella irreverente. Ojos marrones, la nariz era un
brote, su boca en perfecta armonía lista
para existir. Cuentan en el barrio que desapareció detrás de un conejo, él
la apasionó con el contraste atrevido de
sus fanales rojos, denunciaba el fuego en las entrañas. Ella se entusiasmaba
con correrlo. Un día, casi pierde un ojo. La sangre corrió por sus mejillas y
la mirada se nubló por completo
…*...
Se escuchan las marchas, sacuden las
banderas y el olor a naftalina de los
uniformes anuncian la decrepitud
del porvenir. A uno le pasa que, cuando se avecina la tormenta, ese gris
implacable invita al silencio, al
refugio. La mejor opción es entonces urdir en el agujero…
El conejo agudiza sus sentidos y comienza a carcomer las raíces que, en
la intemperie, mostraban su frondosidad. Se llena de tierra y se vuelve negro,
opaco, feroz en su impotencia, perfecciona el túnel y sigue por caminos subterráneos, la resistencia cobra
sentido.
Claudia piensa en seguirlo
nuevamente, arrastra su cuerpo y se atrinchera, escucha el llanto de los
jóvenes. Las lombrices abren espacios de luz y oxígeno, que amplifican los
sonidos. Arriba, el rugido de autos verdes, hacen de la tierra un tembladeral.
Atrapado en una grieta, encuentra un boleto capicúa y entiende: la suerte está
de su lado.
Ahora la astucia del conejo y la
rebeldía de Claudia se topan en un laberinto. Pasillos inconducentes, salidas
remotas, ambos saben que resolver el enigma solo es cuestión de tiempo, de
remover piedras, de no dejarse seducir por pasillos inconducentes. Imaginan un
encuentro sobrenatural. Más conejos y más Claudias son emplazados a la lucha.
Las orejas se multiplican para escuchar qué existe detrás de las palabras. Se
vacían e irrumpe la poesía. La
creatividad y el fracaso juegan a la farolera, mientras en otro lugar del
laberinto los cuerpos en la tortura piden a gritos un verso. Entonces Claudia
escribe en la cueva:
Muerte sin cuerpo a perpetuidad.
Muerte que no haya redención.
Muerte eternos.
Soles.
Afuera, las madres giran las plazas, sin detener el paso, con pañales
como estandarte. Las voces no usan más imperativos y sobran las papas fritas.
Los ojos de los conejos estallan y una bocanada de fuego ilumina el agujero.
…*...
Otra vez amanecimos en el patio
de la escuela, suena la campana y la estampida de niños en los
corredores inaugura la hora del último recreo. Arriamos la bandera y con
un amor incondicional la acariciamos hasta su sarcófago. Mañana cantaremos
Aurora. Las calles sin asfalto vuelven a convocar a la travesura.
Escondidas, tizas y rayuela, rondas. La noche amenaza nuevamente con
las sombras y los fantasmas... Los agujeros.
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