viernes, 16 de mayo de 2014

"Negro, compañerazo, venite a Buenos Aires, no sea´ huevón...", un texto de Juan Carlos Pedot, mayo de 2014

“Negro, compañerazo, venite  a Buenos Aires, no sea´ huevón...”

         El negro Romero era un flaco alto, flaco y fibroso, ojos achinados, un tipo muy activo, simpático, vivaracho y discutidor. Pelo lacio, sin mucha precisión, uno advertía que era norteño, las migraciones de los pueblos, ahora llamados de NOA, lo a arrastraron a Mendoza y allí se quedó, allí se enamoró, aunque en cualquier lado  hubiera tenido la misma disposición para enamorarse y para apreciar los vinos. Después de varios oficios, recaló en una fábrica de premoldeados donde,  hasta que supimos del él, fue  delegado gremial en la UOCRA, seccional Mendoza, sediento de conocimientos históricos y sociales. Además de la cercanía que da la militancia, coadyuvó a forjar esa amistad nuestra cercanía: 25 cuadras de mi casa de soltero, en los pagos de Guaymallen.
         La lejana ausencia-36 años- no a ha borrado ese peculiar sentimiento. Compañeros y amigos con el Negro en el tenso periodo de los 70.
         No nos veíamos desde finales de 75, la cosa ya estaba pesada. Pisándome los talones, al regreso de un picnic con mi padre mi mujer y mis dos hijos,  dos autos me siguieron del recreo en Benegas. A mitad de camino, me les perdí en Dorrego. Cuando llegaron a la  casa de  mis viejos, como perros furiosos, en Pedro Molina (Guaymallen, yo ya no estaba). Era lógico, fueron a buscarme primero a mi domicilio, en Boulogne Sur Mer, frente al parque, de donde había partido al paseo. Ese tiempo a mi favor no lo desperdicié. Esa misma tarde decidí mudarme a Bs. As., jamás hubiera sospechado- ni deseado- que nunca más me radicaría en Mendoza, que a partir de ese momento sería mi pago chico, solo volvería  de visita.

           Y,  en migración golondrina y en pleno verano, emprendí el vuelo como varios de mis compañeros, como otros tantos arriados en situaciones parecidas en los tiempos de plomo.  El  NEGRO era un tipo que se hacía querer. Mi padre, mi  madre y mi hermano también  se hicieron amigos de él.   Compartíamos asados y vinos,  hablábamos de laburo,  fútbol,  box y, por supuesto, de política. Por cierto, era bastante parlanchín, eso a veces lo entrampaba solito, lo hacía responsable de tareas que a lo mejor no tenía ni pensadas. Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras, dice un proverbio chino. Pero él no le sacaba el cuerpo a lo que prometía.  Con el Negro, caminábamos visitando puerta a puerta compañeros, tenía un registro de las distintas casas y de los vericuetos  donde nos movíamos. No llegábamos a los barrios  como  turistas, tampoco como advenedizos sociólogos en un trabajo de campo. Nos internábamos en los populosos barrios periféricos de Guaymallen, allí donde la pobreza-  opaca faz de la Mendoza rica y pacata-, golpea y golpea con saña a cuanto ser humano habita por dichos submundos: carenciados de agua, cloacas, salas de salud, escuelas y  asfalto, en sus casa de adobe y techos de caña y barro, donde la nocturna y traicionera vinchuca se esconde en viviendas precarias y deja justamente el mal en el corazón de las víctimas. La pobreza, cuando se la sufre, desmiente la privilegiada Mendoza del buen sol y del buen vino. Nunca nadie vio  el derrame -que augura el liberalismo- regar los barrios marginales y tampoco  nunca nadie esperaba un milagro que surgiera de la riqueza de las vides, solo aprovechadas por los cogotudos, como llamamos  nosotros a los conservadores.
           Nuestra misión no era precisamente evangélica, aunque alguien así, caprichosamente,  lo hubiese podido interpretar por nuestro fundamentalismo urgentista para que todo cambiara, para  que los protagonistas de dicha mala suerte se hicieran cargo ellos mismos de un destino de infortunio; para que ellos brillaran en la idea de que ese panorama debe y puede ser cambiado.  Nos tomábamos en serio sacudir el conformismo provinciano.
          Soportábamos  el polvo seco de esas  angostas calles de tierra. Los habitantes de las polvorientas calles de Guaymallen esperaban pacientes el camión regador municipal, al caer la tarde en verano. Un poco de fresco al cálido estío: era una invitación para salir a tomaros unos mates a la puerta de sus casas, vieja costumbres de esas barriadas obreras; eso facilitaba los encuentros, las charlas.  Después de patear los barrios en largas jornadas no venían mal unos buenos tragos.

         En febrero del 78 nos visitó- aquí en Bs. As.- Elisa, la mujer del Negro.  Mendoza lo tenía retenido, atrapado. A pesar de las  malas noticias que corrían desde fines del 75, le sugerí a Elisa, que él se viniera a Bs. As., ya no tenía sentido seguir una batalla perdida para mí.

         En abril del 78 viajé a Mendoza, lo visité y traté de que cambiara de parecer. Lo  dramático era que él todavía tenía cosas pendientes en esta lucha que emprendimos: proteger compañeros, por ejemplo, actitud totalmente riesgosa, aunque alguien la debía asumir. Esto demostró todo lo patético del momento que vivía el país, la disolución del tejido social por el miedo y la valentía del Negro Romero.

          Me visitó mi madre aquí, en Bs. As.
- Llevale esta misiva al Negro Romero-  unas líneas insistiendo una vez más e instándolo a que se largue para Bs. As. Su vida no podía  estar ya más expuesta.
 Los juicios de lesa humanidad ventilaron el pogrom que prepararon días antes del mundial de fútbol, con su secuela de desaparecidos. Corrían los últimos días del mes.
“Venite, no sea´ huevón..., compañerazo”, le escribía.

Mi madre, con la carta, llegó tarde a su casa. Hacía tres días que se lo habían llevado junto a su hermano y a otros 26 compañeros más. En ese agujero negro de la historia mendocina, del  trágico y oscuro Mayo de 78. 

2 comentarios:

  1. Gracias por compartirlo conmigo compañero

    ResponderEliminar
  2. Me siento orgulloso de SER HIJO DEL NEGRO ROMERO!! Esto demuestra que mi padre trabajo por la gente y arriesgo su vida por ello, quizas si hubiese escuchado su consejo hoy estaría con nosotros, pero hay algo que nos identifica a los 2 somos muy burros y aveces hay que saber escuchar. Gracias Juan Carlos por describirlo tal como era y por compartir parte de su historia. Yo Jose Ricardo ROMERO.!

    ResponderEliminar