viernes, 16 de mayo de 2014

Casablanca (la pelota no se mancha)


        Había ingresado a la clínica, reformatorio, hospital o lo que haya sido, en shock pero vivo, en shock pero en sueño. Las paredes blancas con olor a lavandina vieja y desconocida, sin cuadros, infinitas y sin esperanza, no lo asustaron. Eran los demonios limpios, ordenados, organizados en tiempo y espacio, quienes ahora entraban en su vida. La cuarta pichicata le dolió en la cola roja como la de un orangután. Entonces, recordó a los monos de la tele que se subían sobre los hombros de Tarzán. Saltaban sobre su melena larga, se abrazaban, rascaban sus cocos llenos de piojos,  jugaban, no planeaban nada. El chico quiso hacer lo mismo con sus piernas. Le picaban. Pero estaba atado como un fiambre envuelto en papel blanco listo para el horno. Escuchó a unos   gigantes con guardapolvos azules murmurar cerca de él:
‘Delira, Delira. ¿Le damos más?’.
 Por suerte para él se fueron con las cabezas bajas e ingresaron en las paredes llenas de nieve y montañas  de hielo. Le quedaba un poco de conciencia antes de meterse en el abismo largo, lechoso, de su mente. No había dolor. Sólo sentía pena por  el total abandono, por el desprecio del mundo hacia su cuerpo. Para su
dicha todo aquel polvo negro fue barrido por el huracán, el soplo salvaje de sus fantasías.
        Maradona no estaba solo. Por el cuadrado de la tele se lo podía ver chiquito, como un duende rodeado de amapolas venenosas, de apariencias inofensivas pero letales. Dejaban caer sus pétalos llenos de agujeritos alrededor de él. ‘Por favor, sin micrófonos’. Le oyó decir. Parecía que lo podía tocar. Sus brazos eran tan largos como los de Gulliver. Sin embargo, no llegó a subir el volumen. El Diego gesticulaba,  agitaba sus manos hinchadas de venas azules y movía de un lado para otro su cabeza blanca, pero no se lo oía. Un enorme micrófono de ambiente llegó desde arriba sin que el ‘10’ se diera cuenta. Entonces el mundo pudo escuchar su anécdota. El chico retiró sus brazos y, como un hombre goma, se recluyó dentro de las sogas de su cama para oír a su ídolo:
       ‘No recuerdo bien…pero les quiero decir que no soy Borges ni Muhamad Alí, sino sólo y el mejor. Así lo vivía dentro del campo. Sin embargo, en el partido contra Alemania, cuando salimos segundones, fue la primera vez que sentí un miedo tan profundo como mi magia. Chicos, ¿se acuerdan? Iba con la pelota de aquí para allá. Se la quería pasar a alguien subido al cielo, pero me faltaba ‘El Pàjaro’. Los teutones nos estaban comiendo el culo. No había mucho tiempo que perder. ¿No, queridos? Necesitaba esa salida clara, despejada de rivales. Ese pase al vacío que nos metiera en la gloria del mundo. ¡No había nadie!, ¡no había nadie! Yo sólo no podía hacerlo. No estaba viejo como ahora, pero me dolía el alma.
¡Carajo! ¿Quieren que les cuente la verdad? Hubiera dado todo por ese gol antes del tercero de ellos. Me hamacaba para aquí y para allá. Doblé la cintura, quería esquivar al rubio grandote de Terminator. ¡Nada, che!, nada. En un momento dado, voy sobre la izquierda de la línea para hacer la rabona y no lo van a poder creer… Se me suelta un chif. Un…chif de los pantalones. ¡Me estaba cagando! Fruncí el culo y no hubo caso. Justo cuando lo vi sólo al Vasco remontar hacia el cielo, se me suelta el sorete. El Narigón desde el banco me gritaba: ¡Dale, Diego, dale! Por los pasillos de la cancha escuchaba el murmullo de la gente. Los perros de la poli me ladraban. Todos los chicos estaban esperando mi pase mágico. No los podía defraudar. Pero el Vasco se corrió hacia la derecha. ¡Yo lo quería a la izquierda! Me demoré ¡Qué va a hacer! ¡Todo por cortar clavos! El sorete salió torcido. ¡Por suerte no cayó al suelo! El tercer gol de los putos Teutones vino antes que terminara de cagarme encima y pidiera cambio.’ ‘Pero Diego, si no saliste ¡Y ganamos, Diego!, ¡ganamos! , le dijo un cuervo vestido de traje detrás de él. Se le veían los pantalones de fina tela azul y brillante. Nada más. El resto de los buitres lo acompañaba y  estaba alrededor del ídolo. Maradona, de cuclillas, como posado con su culo, manos y pies sobre una pelota invisible, era la principal imagen de la pantalla. De pronto, el Diego giró la cabeza. Miró hacia arriba y le contestó: ‘¡No te dije que tuve miedo! ¡No te dije que le tuve miedo al cielo de blancas palomitas! ¡A ver si la entendés!, ¡qué partido miraste! Por suerte hoy estoy acá entre ustedes y les puedo contar lo que nunca se supo.’
El pibe 10 lagrimeó un poco y, después, soltó una carcajada contagiosa que hizo reír al mundo. Al Diego se le perdona todo.
        El chico ladeó un poco la cara para la derecha, otro para la
izquierda. Le picaban las rodillas. Quiso gritar ¡Enfermera! ¡En-
fermera!, pero le salió un eructo, después un vómito, al final una sonrisa y se durmió.
    





No hay comentarios:

Publicar un comentario