Pie de nota
Empecemos por la
forma. Redondeada, suavemente redondeada. Da la impresión de poder pasar de un
lugar a otro casi sin notarlo. Sin la brusquedad de una arista, sin un corte
abrupto. La primera vez que lo vi pensé que hubiera podido deslizarme por su superficie
sin esfuerzo, dejarme caer. Bueno, en realidad su tamaño no lo permitiría. Quiero
decir que esa idea fue la que me enamoró, su aspecto dócil y abierto. Entonces,
cuando recuerdo esos primeros encuentros, apoyo la yema de mi dedo índice sobre
su cuerpo de madera lustrada y lo resbalo por sus sinuosidades. Me deja hacer,
esconde sus bordes. Porque tenerlos, los tiene. Sólo que resultan triviales
ante las curvas brillantes que invitan a las caricias.
Algunos son
oscuros, me gustaría imaginarlos verdes o violetas.
Hace tiempo que
nos conocemos. Sin embargo, a pesar de mi primera opinión, mimar su superficie es
lo único fácil con él. La verdad, me esconde sus secretos. Lo puedo acariciar,
oler, admirar, pero no logro hacer aflorar su alma. No digo que esos momentos
no me den felicidad, pero espero más, mucho más. Todos dicen: hay que ser
insistente, practicar una y otra vez los mismos aburridos rituales. Acomodar
las manos, la pera, los hombros. Sostener el arco con delicadeza, friccionar
las cuerdas con delicadeza. Ese momento, por ejemplo, el del contacto de las
cuerdas con el arco, es sublime. Es decir, lo es cuando asisto a las artes de
algunos otros que saben convocar sus sonidos esquivos. En mi caso, puras
sombras. No lo entiendo, tomo el arco como si fuera una rosa, una lluvia, una
estrella lejana; lo tomo entre mis dedos sabiendo que no es posible asirlo o
entretenerlo. Lo tomo para hacerlo bailar, para abrazarlo, lo acerco a su
cuerpo lustroso sin ignorar la estela que deja en el pasado e incluso pensando
en los recuerdos que crea en esos segundos; pero nada. Peor que nada, un
ronquido, un grito, una aspereza insoportable.
Creo que es
injusto. Su forma prometía otra cosa. Pensé que esas curvas sutiles eran buena
señal. Nada de eso. Entonces, amargado, escucho sus amores con otros. ¿Cómo
hacen ellos para hacerlo vibrar de un modo tan claro? ¿Cómo descubren sus
notas, sus sonidos más íntimos?
No lo sé. Hasta
su temperatura es amable. Engañan sus elipses, su suavidad, su brillo cálido.
Todo eso es sólo en la superficie. En realidad, le gusta lo recóndito y le
encanta mostrarse esquivo con los novatos. Como yo. Novatos como yo.
Tal vez sea que
me falta paciencia. Pero cada vez que se niega me da rencor. Me muerdo los
labios para no gritarle. Me clavo las uñas para no arañarlo. Ahora mismo, luego
de escucharlo estremecerse en otras manos, después de haber disfrutado las
voces que me niega, lo tengo entre ceja y ceja. Lo miro de reojo. Si por lo
menos me explicara los motivos, pero no, continua impasible, indiferente a mis
intentos.
Debería buscar
otras formas. Probar con los metales o cualquiera de los vientos. Incluso las
cuerdas vocales o las castañuelas. Aire, soplo, suspiro furtivo. Notas negadas,
vaho del alma.
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