lunes, 5 de mayo de 2014

Pie de nota, por Cecilia Illia, mayo de 2014

Pie de nota

Empecemos por la forma. Redondeada, suavemente redondeada. Da la impresión de poder pasar de un lugar a otro casi sin notarlo. Sin la brusquedad de una arista, sin un corte abrupto. La primera vez que lo vi pensé que hubiera podido deslizarme por su superficie sin esfuerzo, dejarme caer. Bueno, en realidad su tamaño no lo permitiría. Quiero decir que esa idea fue la que me enamoró, su aspecto dócil y abierto. Entonces, cuando recuerdo esos primeros encuentros, apoyo la yema de mi dedo índice sobre su cuerpo de madera lustrada y lo resbalo por sus sinuosidades. Me deja hacer, esconde sus bordes. Porque tenerlos, los tiene. Sólo que resultan triviales ante las curvas brillantes que invitan a las caricias.
Algunos son oscuros, me gustaría imaginarlos verdes o violetas.
Hace tiempo que nos conocemos. Sin embargo, a pesar de mi primera opinión, mimar su superficie es lo único fácil con él. La verdad, me esconde sus secretos. Lo puedo acariciar, oler, admirar, pero no logro hacer aflorar su alma. No digo que esos momentos no me den felicidad, pero espero más, mucho más. Todos dicen: hay que ser insistente, practicar una y otra vez los mismos aburridos rituales. Acomodar las manos, la pera, los hombros. Sostener el arco con delicadeza, friccionar las cuerdas con delicadeza. Ese momento, por ejemplo, el del contacto de las cuerdas con el arco, es sublime. Es decir, lo es cuando asisto a las artes de algunos otros que saben convocar sus sonidos esquivos. En mi caso, puras sombras. No lo entiendo, tomo el arco como si fuera una rosa, una lluvia, una estrella lejana; lo tomo entre mis dedos sabiendo que no es posible asirlo o entretenerlo. Lo tomo para hacerlo bailar, para abrazarlo, lo acerco a su cuerpo lustroso sin ignorar la estela que deja en el pasado e incluso pensando en los recuerdos que crea en esos segundos; pero nada. Peor que nada, un ronquido, un grito, una aspereza insoportable.
Creo que es injusto. Su forma prometía otra cosa. Pensé que esas curvas sutiles eran buena señal. Nada de eso. Entonces, amargado, escucho sus amores con otros. ¿Cómo hacen ellos para hacerlo vibrar de un modo tan claro? ¿Cómo descubren sus notas, sus sonidos más íntimos?
No lo sé. Hasta su temperatura es amable. Engañan sus elipses, su suavidad, su brillo cálido. Todo eso es sólo en la superficie. En realidad, le gusta lo recóndito y le encanta mostrarse esquivo con los novatos. Como yo. Novatos como yo.
Tal vez sea que me falta paciencia. Pero cada vez que se niega me da rencor. Me muerdo los labios para no gritarle. Me clavo las uñas para no arañarlo. Ahora mismo, luego de escucharlo estremecerse en otras manos, después de haber disfrutado las voces que me niega, lo tengo entre ceja y ceja. Lo miro de reojo. Si por lo menos me explicara los motivos, pero no, continua impasible, indiferente a mis intentos.

Debería buscar otras formas. Probar con los metales o cualquiera de los vientos. Incluso las cuerdas vocales o las castañuelas. Aire, soplo, suspiro furtivo. Notas negadas, vaho del alma.

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