lunes, 29 de diciembre de 2014

bella crónica de Gaby Ramos, diciembre de 2014

Tomar cerveza en el Parque Lezama

A nosotros nos gusta ir a Parque Lezama a la noche.
Tomar cerveza en las plazas, ver luna llena, luna nueva, cuarto creciente, cuarto menguante, y velarlas con un halo de humo de cigarrillo a todas según la ocasión. Tomar cerveza en los parques es más elegante, ya que una plaza resulta más chica y los parques son más grandes. Además hay menos parques que plazas. A tal hora, en tal esquina, a tal parque.
En Parque Lezama, se ven cosas que no están.

El plan: una cerveza y cigarrillos. Muchos practican deporte, juegan a la pelota, hacen malabares, caminan en cuerdas elásticas, muestran obras de teatro, títeres o venden artesanías. Otros: llevan a sus hijos para que jueguen mientras se tiran en sus mantas a tomar sol o mate. Pero lo nuestro: de noche.
El quiosco hay que haberlo conseguido por contacto. Está la opción de comprar la cerveza en el supermercado chino, llevarla en una mochila o bolso y rogar que no se ponga demasiado caliente. Entonces, se llega a la plaza, se elige un lugar bajo un árbol donde tirarse: que sea un árbol grande- si tiene buenas raíces mejor- y que entre sus ramas pueda verse la luna.
Entonces comienza la pregunta: ¿abrimos la cerveza? Puchos, ¿tenemos? Y, sobre todo, quién abre la birra. En esto empieza la pelea, no por quién paga, sino por quién tiene la mejor herramienta para abrirla: un encendedor, un anillo destapador, o el destapador de cerveza común. Cada uno quiere mostrar su destreza. Quién toma primero es fundamental, todos quieren ofrecer el primer trago y el que tome primero va a dar el “ok”. “Está asquerosa” o “uh, está helada”.  Dame un trago, será la respuesta de la segunda; tendríamos que haberla comprado en el quiosco que yo te dije, la otra. La charla puede durar horas, pero no tantas antes que alguien diga, qué linda está la noche, qué ganas de otra o ya se me calentó el pico.
En Parque Lezama es diferente. Es punto de referencia y se pasa seguro mañana tarde o noche por ahí. En este parque, por empezar, los bancos son de cemento con granito. Hay muchos con molduras muy bonitas y los árboles son los más grandes, por lo tanto los más lindos.
Vamos ahí porque de noche la brisa parece estar teñida del color del rocío, porque la densidad del aire está velada por una luz nocturna que pareciera desprenderse del vuelo de pájaros azules. Flotan luciérnagas toda la noche, nos tienden  la alfombra.  El Parque, además, es el guardián del museo histórico, lo guarda como a un pichón bajo el ala.
Mientras transcurre la noche en El Parque Lezama, el césped- pequeñas tortugas marinas- tiene colores de mariposas silvestres, peces o lagartos.  El anfiteatro,  se llena de arlequines y elefantes diminutos, gatos y payasos enanos. No es la cerveza, es la atmósfera a la noche.
Hablamos tendidamente y pareciera que el mago Aladino nos ofreciera la lámpara para extender las preguntas y las ideas. Cuando nos vamos y amanece, nos vamos contentos.
Por eso, no es cualquier parque, es El Parque.


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