LA TAPA DEL MUNDO
Dejó de sentir los pies y la visión de esas antiguas tumbas abandonadas,
vistas entonces desde un nuevo ángulo, le dieron la pauta de que había caído.
Sólo uno de sus brazos estirados impedía que su cara huesuda se apoyara sobre
el suelo seco y pedregoso. Una rama esponjosa
y adolororida, desde donde divisó a un águila.
-Por lo menos no parece la misma de hace un rato- murmuraron sus labios
endurecidos- y tampoco esta me mira. Debe estar buscando comida, como yo el
camino.
Esta última palabra obligó a sus labios a rozarse y un ardor insoportable
lo decidió a beber el resto escaso de agua. Labios secos como el suelo, como el
aire, como las dunas que había traspasado hacía un rato.
-Cómo se me ocurre largarme solo por un desierto asiático-
El agua no le había dado suficiente fuerza para caminar, pero sí para el
reproche. Apoyó la cabeza en el suelo y quedó frente a frente con el cielo
celeste que, como una gran tapa, amenazaba aplastarlo. La tapa del mundo.
Logró plantar el codo y cambiar nuevamente el ángulo de sus visiones. Le
pareció que la luz corría a gran velocidad. Unos venados huyeron como un torrente vital del árido paisaje.
-Se deben haber creído que era otra de esas lápidas olvidadas- una risa
forzada se opuso a cierto temor que amagaba crecer y romperle la piel como esos
pastos duros agujerean el mundo.
-¡Ladran, Sancho, señal que nos movemos!- intentó gritar aunque sólo emitió
un murmullo indistinguible de la suave brisa que lo acompañaba desde hacía
horas, desde todo el día y desde el día anterior. Como una mujer esquiva,
prometía un placer que no llegaba y le sacaba las últimas gotas de humedad.
-Si vos no te movés, yo tampoco- le dijo al águila- por ahí, vos sabés qué hacer en estos lugares. Tanto joder con este
viaje, sos raro, me repitió Ana una y
mil veces. Tan raro que lo único que quiero es estar tirado en avenida
Rivadavia, así soy, Anita.
El pájaro abrió las alas y las echó hacia abajo, como un piadoso pañuelo
grisáceo parecía querer abrigar la roca en la estaba apostado.
-Hasta ahí no te sigo-dijo ya sin aire.
Las articulaciones de su largo cuerpo parecían haberlo abandonado en busca
de mejores lugares y, como una bolsa de aire, flotó en un giro completo. Quedó
boca abajo y descubrió un grupo de cabras renegridas que pastaban en lo alto.
Vivos lunares negros en la cara visible de aquella duna.
-Esos bichos son de alguien, estoy salvado- la esperanza hizo alguna
presión sobre los músculos, apoyó las manos y, sin saber por qué, se concentró
en la gruesa cicatriz de la mano derecha. Recuerdo imborrable de una aventura
en el Amazonas que había podido contar.
“Entre el aventurero temerario y el boludo hay apenas una pizca de suerte”,
pensó mientras se arrastraba hacia las cabras. Pero sus piernas también habían
huido. Su cabeza cayó pesada sobre la blandura. “Por lo menos alcancé la duna,
tengo que llegar a las cabras, son de alguien, alguien que necesito más que las
cabras” El último esfuerzo por moverse le hizo soltar las últimas gotas de
orina, último tesoro que, como un río caliente, arrastraba sus magras
esperanzas.
Abrió los ojos y vio a los venados muy cerca. Buscó al águila que, entonces
sí, lo miraba. Colocó la mano cicatrizada por delante de la cabeza, como si por
sí sola hubiera podido transformarlo a todo él en un gran imán arrastrado hacia
su norte. Reptó en ascenso la duna hacia las cabras, hacia ese alguien detrás
de las cabras.
“Si por lo menos pudiera gritar”
La arena estaba tibia, aunque él sabía que no guardaría por mucho tiempo el
calor del sol. El sol, como ese alguien, se escondía también detrás de la duna
y dejaba todo cubierto de sangre. El mullido acolchado lo recibía gustoso y
cerró los ojos.
“No es fácil ser gusano, aunque tampoco debe ser la gran cosa”, pensó en
forma de promesa y cayó traicionado por el sueño.
No escuchó el grito del águila que espantaba a los venados, no escuchó el
cencerro que llamaba a las cabras muy cerca de allí.
Un
bulto inerte a la espera de quien llegara primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario