Bajo tu cielo, el
gran baile de la vaca loca
Voy con la tumba a todas partes.
Encuentro la ruta negra con una
corbata amarilla
hasta el ombligo. El tiempo es escaso mientras los campos
pasan a mis
costados.
Voy con la tumba a todos lados y no
lloro por nadie, no me alegro
por vos. Cargo tus
años pesados como ruedas de carretas que
ya no existen.
Mirás tu espejo roto.
Miro
al cielo. Hay un montón de celdas vivas,
plateadas y grises entre
las constelaciones de Júpiter y Saturno. Nos esperan
frustradas. No
sonríen ni gimotean. Aplauden con sus manos rojas por un sol fragmentado.
Levantan chispas, polvaredas de nuestros mejores amores. Las acuartelan y las
desgranan en rocío.
Estoy en la medianoche.
Voy con la tumba
por todo el mundo. No hago distinciones de credos o razas. Hoy, Europa;
Mañana,
África o Sudamérica. Nadie me guía. Montado sobre los pozos de tierra, lo ríos
me quedan lejos, las lagunas secan sus aguas detrás de mí, el mar es apenas un
murmullo a lo lejos. Miro arriba a mis hermanas de hierro, miro sus cálidas
pestañas. Los rieles destilan plata y se acercan
al horizonte cantor
de tu muerte. La mía, bien gracias.
¡Afortunados!, llevo mi tumba a
todos lados, pero antes te despido con el cielo azul de botones iluminados por
el resplandor giratorio de las es-
trellas. ¡El peor
traje para salir!
Junto las exequias y el oro de
los eternos y guardo todo en tus bolsi-
llos. Mi sastre
corta las botamangas largas, las hilachas, mientras los ruedos
dejan caer los
corazones agusanados. Esqueletos míos sin sexo ni memoria,
van a abrazar mi
impulso de amor y odio. En este inmenso comezón de mi andar entre el abismo y
los altares, despido con latigazos a la noche a su me-
jor burdel. Vende
el trago amargo de tus horas en las calles, los desmayos de
la gente podrida en
los umbrales, el hambre y la sed por una gota de amor, las caricias
despreciadas por mujeres fascinadas entre reflejos de colores. ¡La
tienda del cielo
negro a ambas cuadras de Marte y de Plutón! Pero ahí está
¡El lucero!¡El
lucero endemoniado de mi fiebre loca. Levanta tu mirada y la mía tan vieja como
las nubes yertas en el camino de Otoño. Las baja.
¡El sol!, ese sol extraño
retiene el resplandor de los segundos, tu
mirada, las cosas,
algo querido: la abuela sentada al telar, los hijos detrás de
los terneros y la
gran ciudad. ¡No los conozco! Mis cuernos traspasan sus vísceras y se llenan de
sangre estelar.
¡Ya sí! ¡Ya sí! Toda la
tempestad del mundo sobre el granero ba-
jo la brisa de mi
tumba. La llevo muy lejos. Bajo los andamios, en todo ric-
tus de tu risa
estampada porque sí, en los desconsolados. Entre la húmeda
miseria del
abandono y la locura, ruedo una moneda de cobre y te engaño,
te miento hasta tu
partida. Voy en la boca subfluvial de las esperas. ¡Nadie
hay! Ausento todos
los cuerpos, las caras, las imágenes deformes, mis ojos,
los tuyos, el
recuerdo de mi sastre dormido entre espantos y angustias.
Desuno la medianoche a tu
sueño, el polvo de tu alma a la mía, tu
mano aferrada a los
crucifijos. Destiño las ojeras, te vuelvo blanca como una
nube rastrera.
Viajás sobre mi terreno.
La mañana te roza en el
camino, me encontrás detrás de los largos alambrados.
Mugimos y nos reímos
juntos sin música del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario