Aurora
En los inconmensurables vestigios de la
noche,
donde todo duerme,
pero las lavanderas del insomnio bailan, tienden el primer rosedal de la bruma
sobre los campos, la angostura de los ríos, sangre entre las sienes, vertederos de fugaces estrellas, la lagaña
larga de los ojos, la herida en el
costado del horizonte, edificios son
demolidos por los sueños de las langostas. Allí donde el viento para su vuelo,
un preludio infinito de números y palabras se levanta fuera del camino.
La yerba mala, la hostia en los
labios carcomidos por
los gusanos se atraganta, quedan enhebra-
dos a las cuerdas del
ángel de la discordia. Con el puño cerrado,
los niños largan su
primer orgasmo. Entonces, de nuevo la noche,
el nervio de los sin
horas, sin lugar, sin coronas o huracanes de
orgullo sobre sus
pechos. Sólo muecas, un crear de puntos negros en el olvido, la costa brava, la
arena en el ojo y el simulacro de incendios calmados por prostitutas de bocas
rancias. Una calle cualquiera, la más desconocida. De vuelta la mirada, una lágrima
entre sonrisas. Grito sobre el corto cielo antes del despertar.
¡Gota!,
la seca, la que no dice nada, entre el pasto,
la que se junta en la
lengua del desierto,
fuera de los ríos y de los campos. La lluvia de este lado. De aquel,
silencio
al
margen del
otro margen,
alguien llora.
La
urraca sobre
el tendedero y
su canto,
canto,
canto…canto…canto.
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