martes, 26 de noviembre de 2013

El punto g del administrador a, por Gabriela Ramos, noviembre de 2013

El punto g del administrador a

Un hilado de voces recorre el edificio…



            La señora/rita/Señor/rito:

            -el pí, el pó, el cú. –Cacá-.

            La señorita u, el maestro m, el portero z


La esquina agitada:

            Un popurrí del barrio ya ensancha sus pulmones para estirar la avalancha:
           
                        -uffffffffffffffffffffffffffffffffffffff- CASI SE MATAN.-

            Nada. Un triste colocón contra el mármol.

(Nada). Entro.

Un sol. Un do. Un… ¡fá!


            La vecina  vuela por el tejado que no existe, el administrador ya ablanda sus paciencias con dulces trajes: la membrana ya está lista.

Naaada.

            Tal vez venga el príncipe azul a buscarme algún día. Lo espero sin saber que hay un final. Tal vez estas tristes voces de: perros, pasos, timbres, bocinas. Pero…

            El aire corre fresco, otra vez salen en la bici, llega la tormenta… ¿Y?

Nada.

-El cú, el cá, el bé.

            Más rumores: en las voces viajar por fibra óptica. ¿El qué? ¿El cá?

¿Risas?

            El problema serio  es que hubo un mundo que se desmoronó. Pero eso sí, armé otro. Más allá de las cacás, los pepés, los cucús. Un mundo a fuerza de viento, piel, poros, árboles, brisas, lloviznas, tormentas y claro,

                                                                                                silencios. Sagrados silencios.

            ¿Cómo construir en el edificio una nueva realidad?  Ya los colibríes están a mi disposición. Mis cosas, limpias. Mis libros, abandonados. Pero es que la vieja (¿así me llaman? ¿a veces?) vive con la tormenta. Es como un chás chás en la colita. La vieja ya no se preocupa por sus cús, pés, cócós. Su cuerpo se mudó: ya quiere saber de dónde vienen los có, los pé. Resiste.

            Feroz la puerta, desalmado el paso, un terrible estruendo, el pé.

            Entonces agarra sus pinceles, sus tintas y en cuanto empieza a olvidar:

-Cucú, pépé, popó.

            Plam.
La circulación sanguínea ya funciona peor, no hay mucha circulación:

            -El tití, el cacá, el pepé. El cú.

            Pero la señorita Tita no se da por vencida. Su vida tiene que ser más que esos fantasmas del pepé, del cúcu, del cacá. Entonces, toma una bicicleta naranja y se decide:
           
                        va a vivir.

            Vuela por los parques; se detiene: transpiran las hojas de las palmeras, los pájaros son tornasolados, hay todo un mundo. No espera. Viaja a una gran velocidad por la bici senda, y ve un mundo de gente.
                       
            Pero piensa:

            -¿Estarán pensando en cócó, pepé, cucú?

No le importa, sigue su camino.

            En el edificio de la g del administrador a la señorita bé ataja su perro diminuto. Se acerca a tierra firme: unos cucos enormes la atrapan, ella se esconde temerosa en sus sombras.

            Yo, dejé mi bici. Hay luna llena. Y pienso:

            Es hermosa la vida.

            De la g del señor a no la sabe nadie.


Cucú.

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