La poética de
Negroni avanza “habría que decir/un
trazo/de ningún lado a ningún lado”. Va, sin saber desde dónde ni hacia
dónde, así como “La ciudad nómade”. Siempre
en movimiento:“Córrete para atrás que ahí
viene la ciudad”.
Avanzo, “Pero no me detengo”, parece insinuar la
poética. Como el río y su corriente interminable. A veces, fluye tranquila. “Transcurre, de izquierda a derecha,
lentamente”. A veces, corre, a pura
furia, como jóvenes al escapar de las ametralladoras. “Sin saber/ qué hacer con tanta huída”.
Y, en el
movimiento, intenta atrapar lo indecible: “(…)
esa minúscula/alegoría de lo abstracto”. Y es tan inalcanzable como “El espejo del alma”.
¿Cómo nombrar lo que es y no es? ¿O lo que es
por un instante?
“El mundo/ acaso/ efímero/ tejiendo/ signos imprecisos/ de un
alfabeto olvidado.”
La poesía de
Negroni se balancea en la incertidumbre, “o
estrellas/donde comienza el deseo/de no morir/y morir”. En un no saber: “esas ganas de arder en lo incompleto”. Tal vez en busca de una
forma, “como un rojo que colmara/una
ausencia con su ausencia”. Una búsqueda sin fin.
Así, las imágenes,
los sentidos, son, por un instante, y luego se desvanecen. “Como si de tanto ser abril, abril se esfumara.” Se desdibujan “bajo el color inconstante de la niebla”. Pierden
la forma.
Y, en el balanceo,
devienen en algo distinto. “Como deriva
luminosa/de un fracaso”; “Veo que la ciudad se acerca/ y pasa por delante como
si fuera un río. / Una novia clara.”
Las cosas,
simplemente, mudan. “Esa carta hablaba de
las diferencias del río: lo que fue, lo que es, lo que será. Pero vos eras el
río y la imagen del río (…)”. Y luego: “Me
dejaste a merced de la felicidad, contemplándote, ahora que eras un enorme
pájaro blanco”.
Todo cambia, nada
permanece. “Presentí que la casa existía en la
memoria, cosa que confirmaste atravesando con tu brazo el hielo que suplantaba
ahora a las paredes”. La vida es un ciclo sin fin, una
rueda que no descansa en su eterno giro, un movimiento que “(…) trae siempre/lo que tuvo que traer”. No como destino, sino
como descubrimiento del propio devenir.
Los tres poemas
LA CIUDAD NÓMADE
Como si de tanto ser abril, abril se esfumara.
Y yo, esa mujer cansada, sin saber
qué hacer con tanta huida,
dónde esconder las armas del exilio y la astucia.
Al entrar, primero a un corredor
y luego a un patio cuadrado y generoso,
alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar.
Por un beso,
recogería ese umbral,
ese cielo más hondo donde sueñan sus labios,
abrazaría mis lágrimas futuras,
esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo,
el patio hierve: unos jóvenes corren,
un auto frena en seco,
rugen ametralladoras, la noche clandestina,
hay un algo de nupcias con fantasmas,
de cita cantada.
De pronto, dice una voz a mi lado:
—Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca
y pasa por delante como si fuera un río.
Una novia clara.
Transcurre, de izquierda a derecha,
lentamente,
con su perfil de almenas y de lumbre.
Alborozada, me pregunto por dónde he de cruzarla.
Como si de tanto ser abril, abril se esfumara.
Y yo, esa mujer cansada, sin saber
qué hacer con tanta huida,
dónde esconder las armas del exilio y la astucia.
Al entrar, primero a un corredor
y luego a un patio cuadrado y generoso,
alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar.
Por un beso,
recogería ese umbral,
ese cielo más hondo donde sueñan sus labios,
abrazaría mis lágrimas futuras,
esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo,
el patio hierve: unos jóvenes corren,
un auto frena en seco,
rugen ametralladoras, la noche clandestina,
hay un algo de nupcias con fantasmas,
de cita cantada.
De pronto, dice una voz a mi lado:
—Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca
y pasa por delante como si fuera un río.
Una novia clara.
Transcurre, de izquierda a derecha,
lentamente,
con su perfil de almenas y de lumbre.
Alborozada, me pregunto por dónde he de cruzarla.
MARIA NEGRONI
El espejo del alma
Como el alma que canta por sí misma
en su limpia casa de cristal
Hermann Broch
Tuve que viajar a Nevada para verte. Una gran planicie rodeaba la casa donde me esperabas con una túnica blanca, más alta que de costumbre.
Presentí que la casa existía en la memoria, cosa que confirmaste atravesando con tu brazo el hielo que suplantaba ahora a las paredes. Acostumbrada a esconderme en las palabras, quise darte una carta. Esa carta hablaba de las diferencias del río: lo que fue, lo que es, lo que será. Pero vos eras el río y la imagen del río, visto desde la altura (quiero decir, la furia misma). Me miraste, morada de ternura, bajo el color inconstante de la niebla. Terminé por tratar de pinchar la carta a tu plumaje pero te negaste, afable, como quien aprecia el esfuerzo de simular lo imposible. El pico tembló ligeramente. Me dejaste a merced de la felicidad, contemplándote, ahora que eras un enorme pájaro blanco.
Ut pictura poesis
habría que decir
un trazo
de ningún lado a ningún lado
o bien esa minúscula
alegoría de lo abstracto
el mundo
acaso
-----efímero
------------tejiendo
signos imprecisos
de un alfabeto olvidado
o estrellas
donde comienza el deseo
de no morir
y morir
esas ganas de arder
en lo incompleto
como un rojo que colmara
una ausencia con su ausencia
habría que decir lo que promete
una moneda a la absoluta
casa imaginaria
y trae siempre
lo que tuvo que traer
como deriva luminosa
de un fracaso
María Negroni
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