lunes, 2 de junio de 2014

Dan ganas de llorar y no es tango, un relato de Juan Carlos Pedot, junio de 2014

Dan ganas de llorar y no es tango.

         El Nacho era un tipo indómito, no le gustaban  las reglas. De haber nacido  100 años atrás, hubiera sido  orejano, como  la milonga de Atahualpa. Era simpático, dicharachero, algunos hoy no vacilarían en aplicarle este título de moda: ¡Qué jugador!
         Cuando ganó a la lotería, se compró el tan ansiado Torino, se sentía  realizado, tocaba el cielo con las manos, como si el Torino hubiese tenido alas. Salía  acompañado, por alguna circunstancial enamorada, a recorrer las rutas de la provincia de Buenos Aires con su flamante vehículo de llamativo rojo metalizado. Iba por la 29, a veces  por la 8 o la 9. Le gustaba la campiña, a pesar de ser un underground  que vivía de noche, se movía cómodo en  los suburbios de la ciudad, entre las callejuelas empedradas del antiguo SanTelmo. Para él era él barrio-dormitorio-: después de las trasnochadas,  sin pensar y cuasi soñoliento, recalaba en el viejo barrio de las viejas casas coloniales. Dormía hasta tarde, pues el sol- según él- verdaderamente lo dañaba. Los mozos de los bares que lo conocían, amistosamente le decían
-      Basta, Nacho, nos queremos ir.

Cansado y medio encurdelado, se retiraba casi siempre solo, pues eran muy escasos  quienes  le podían seguir  tanto despliegue de vitalidad: cantar, bailar, tomar hasta cansarse, mantenerse lúcido y en pie.
   
         Cuando los muchachos de Mariano Acosta lo invitaron un sábado a la noche a un asado, no consiguió quién lo acompañara. ¡Cuánto hacía que no se juntaba con la barra de Mariano Acosta! Jugaban al truco, conversaban de tiempos idos, de alguna hazaña, siempre agrandada por  esa  minoría nostálgica que, como un máquina fotográfica, se disparaba en una especie de zoom automático, agrandando  las anécdotas  ciertas o inventadas. Así, entre relatos varias veces repetidos, transcurrían en esas veladas aburridas  pero cálidas al fin.

          A la tardecita partió hacia  provincia por Rivadavia, esperaba encontrar algún conocido que lo siguiera a la visita. En Marcos Paz, al doblar para tomar la ruta 7, una muchacha le hizo dedo. Él era gentil con las mujeres, al viejo estilo, y paró para levantarla. La piba tendría unos 26 años: toda una mujer en todas sus formas.
-¿Vas para Mariano Acosta?- Preguntó el Nacho, en un tono amigable- ¿No es un poco tarde, para una chica sola?-   Acotó
Inmediatamente, la piba sacó un revólver 
-      Esto es un asalto, seguí  en la misma dirección y  por ahora no te detengas.
 Los compinches estarían en el cruce de la 297.  Nacho no llevaba mucha plata, solo para bancar la partida de naipe: se juega fuerte, pero jamás se busca  empobrecer a nadie.  Sólo le preocupaba su Torino, tanto tiempo esperándolo...el  mundo se le había ensanchado  con ese coche.
 Mientras viajaban, la chica miraba hacia la derecha, alguien -supuestamente- la esperaba. Nacho, rápido de reflejos y en un momento de distracción, le arrebató el revólver y le apuntó a  las costillas.
         -Ahora yo soy en que tiene la batuta- le dijo el Nacho y le empujó el arma en el cuerpo por si no advertía la nueva situación.
-No me entregue a la policía, señor.
 -¿Vos sabes cómo se paga esto, no?
- Sí, señor, no me haga daño.
El Nacho salió de la ruta, tomó la colectora y entró en el telo “Los Recién Enamorados”. Él no nunca había pagado por sexo, no es necesario aclarar que tampoco había cobrado, aunque en alguna oportunidad le habían ofrecido. Entendía al sexo como una cosa natural, rayana en una necesidad fisiológica, sin mayores complicaciones mentales. También alguna vez se enamoró, siempre tenía mujeres a su disposición, era bien parecido, encarador y simpático... Nunca se vio a sí mismo compelido a violar, ninguna pulsión sicópata  lo perseguía,  justamente él que  sabía tener  simultáneamente dos o tres mujeres, con notable habilidad de conquista.
         Herido su machismo por el arrebato, además sorprendido por una mujer,  pensó en desquitarse a como viniera, sin demostrar una mínima tensión, parecía tranquilo. Con aguda frialdad, esperó el momento oportuno.  Como en una venganza y a modo de  una barata clase de moral le dijo:
-­  Tendrás que rebuscártelas de otra manera para conseguir dinero, esta forma te va a traer muchos problemas.   
Dejó el arma a un costado de él, lejos de la muchacha. Le pidió que se sacara la ropa e inmediatamente hizo lo mismo. Apreció la magia de una mujer en penumbra y, tiernamente, la besó y la acarició hasta llegar a encender esa energía sexual de una muchacha de 26. Frente a frente, en la intimidad de la habitación, eran simplemente dos personas con ganas de “castigarse” sexualmente, sin ningún tipo de formalismo, una necesidad carnal, de transar con  una persona de género opuesto. Fue un encuentro- equívoco de lugar y tiempo- en cierto modo desafortunado de dos almas solitarias que, en otras circunstancias, quizás en otro tipo de encuentro, se hubieran querido. El      Nacho liberó su escasa culpa machista cuando Natalia suspiró levemente y le dijo:
-      Estoy excitada.

         Hicieron dos veces  en amor y el Nacho se fumó un pucho y  se quedó dormido. Natalia se vistió lentamente, mientras observaba a su ocasional enamorado. Ese sexo, accidental, presionado no fue tan malo. Dio vueltas por la habitación y agarró el arma. Giró para irse en el preciso momento que Nacho saltó de la cama, forcejearon por el arma y se disparó. Nacho rebotó herido de muerte sobre la cama. Cuando el camarero entró a la habitación,  encontró el cuerpo sangrante de Nacho. De su boca espumosa se oyó  balbucear:
-Qué pena, nunca un polvo me había traído  tan mala suerte, los muchachos y el Torino me están esperando, dan ganar de llorar...

Ni rastro de Natalia.

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