miércoles, 11 de junio de 2014

Ensayo sobre la poesía de MIguel Ángel Bustos, junio de 2014, por Viviana García

MIGUEL ÁNGEL BUSTOS                   

Escribe mientras sea posible. Escribe cuando sea imposible. Ama el silencio.”

La poesía de Bustos,  de ida y vuelta recorre su sueño quebrado, se levanta y marcha de su frente para construir una ruda muralla de niños. Luego vuelve, “joven enamorado del agua”, abraza y besa a su corazón clavado en su cuerpo desnudo. Así también las espumas de luz y sombra lo hacen  “volar sobre el llanto” para llegar riendo hasta otras manos que, a su vez, amordazan sus besos y se alejan. Así el poeta muerde la vida y no le cansa la muerte. Lo inalcanzable opera como un paliativo de la muerte, como un objeto deseado que se pellizca apenas,  se puede rozar solo con la punta de los dedos, porque cuando está cerca, se aleja y luego vuelve a acercarse, transformado.

En los Fragmentos Fantásticos tienen lugar otras quimeras: “es el grito del espíritu que me posee”, “ángeles que pudieron existir”, “la puerta del sueño”, el tiempo como utopía de la sangre o la muerte como un sueño, sin perder el doble juego del oxímoron que no acaba nunca, aún después de la muerte. Así, despertaremos del sueño de la muerte “en el reino alucinante”, o una mujer amará nuevamente con el mismo amor que tenía por quien “anda en el Reino de los Muertos”. Lo eterno aparece en “la voz de las estrellas”, en el canto guardado de los  pájaros, en “la alucinada memoria”. Y también es negado en el olvido que nace con la muerte de su padre o en la pregunta: “¿Qué seré yo en cien años, sino una bocanada entre tablas y olvido?

Dios es una fuerza poderosa y, en cierto modo, amenazante. Desde el Dios que se gasta a fuerza de rezos, hasta la invocación casi violenta de la concepción de María en el fragmento 45, o la referencia clara de la comunión como salvación y espanto. Sin embargo, su fe se cuela en la idea del reino alucinante posterior a la muerte.

Arreglo con Frutas e instrumentos de viento celebra el amor físico que ya había convocado con el “mar de tu vientre, infierno de tu sexo”, pero nunca con imágenes de tanta belleza: “hasta cuándo serán naranjos las calles... pulpa de tu tremenda boca... apaga lamento de bronce y hierro.. ahí voy lava tu cuerpo...”. La mujer es una presencia casi constante: la madre, la virgen, la luz de la luna (y su sombra), “Ella, Ella y ausente la siento”, como una presencia constante.


Leídos hoy, varios fragmentos parecen anticipar el país que unos años después estaría en llamas: “un país de mármol con ríos de leche” en el que una “luz como sangre” llena las cosas y las almas, mueren cabezas dentro de cestos y el puñal despide “olor a vísceras y espanto”. Nuevamente el cuchillo, el instrumento punzante, aparece en Casa De Silencio ligado a un niño, donde se entrelazan carne y hierro para provocar un cataclismo en el que la tierra alza al mar. La idea del niño como vehículo del mal, o simplemente, de la violencia, también aparece en el fragmento 21, en ese “aquelarre de niños vengativos”. En Luna de Herodes, inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra y lo perseguirán por milenios. Hoy, su “velorio de estupor” se abre paso en el “vientre del tiempo” y resuena en mi cabeza como un anuncio de su desaparición.

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