MORDER EL ANZUELO
Crepuscular. Lleva en su mirada la tarde a
fuego en su cintura. Su pecho aún ahueca la huella de mi descenso. Gráciles
ríos ceden a mi sombra. En ciernes, el sortilegio en su figura.
Un anzuelo que devora la razón, piel sobre
piel enraizadas; pudores idos.
Fugan de las savias y, así,
náufragos
sin orilla,
y pies de luna bosquejan la noche borra nombres y oculta rastros.
Uno a uno, los sonidos duermen ramajes de una noche en tránsito.
Dolor
de raíces. Ya lejos de los cuerpos, la efímera ardida crepusculea el alba
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